Conforme aumentaba la presión de portugueses y españoles para que los siete pueblos de las reducciones fueran desocupados conforme al Tratado de 1750, crecía también la tensión en esta parte del mundo.
Los preparativos para llevar adelante el trazado de los nuevos límites entre los territorios de Portugal y España en la América meridional estuvieron rodeados de misterio, verdades a medias, negociaciones secretas, informaciones falsas y una urgencia desmedida por llevar a la práctica lo que establecía el tratado de 1750 firmado entre las dos coronas. La parte más conflictiva estuvo en suelo americano, ya que el traspaso de territorios (quinientos mil kilómetros cuadrados) iba a afectar a numerosas poblaciones de indígenas pertenecientes a las reducciones jesuíticas, no solo la de Paracuaria, sino también las de Chiquitos y Mojos, estas dos últimas en territorio actualmente boliviano.
Desde su fundación por Ignacio de Loyola en la primera mitad del siglo XVI, la orden de los jesuitas fue objeto de críticas en Europa, tanto en el seno de la propia Iglesia católica como en diversos círculos laicos, críticas que arreciaron a mediados del siglo XVIII.
Obligados a elegir entre buscar nuevas tierras dentro del territorio bajo dominio español o seguir en las que habitaban y que pasarían a estar bajo dominio portugués, y habiendo optado los indígenas por lo primero, encontrar esas nuevas tierras en las cuales poder refundar los siete pueblos de las reducciones que serían en breve ocupados por los portugueses se había vuelto un verdadero problema de subsistencia.
Obligados a elegir entre salir en busca de nuevas tierras para asentarse dentro del territorio bajo dominio español, o seguir en sus pueblos, que pasarían a estar bajo dominio portugués, los indígenas optaron por lo primero.
Ante la conminación a desalojar los siete pueblos de las misiones que serían entregados a los portugueses, se comenzaron a hacer las primeras diligencias para abandonarlos y se les encargó a los indígenas «con más razón e inteligencia» que salieran en busca de los lugares más apropiados para levantar los nuevos pueblos, lugares que tendrían que estar dentro de los territorios pertenecientes a la corona de España, aunque no se tuviera muy claro todavía por dónde pasaría la nueva línea de demarcación.