Llegan comisarios y enviados misteriosos

Los preparativos para llevar adelante el trazado de los nuevos límites entre los territorios de Portugal y España en la América meridional estuvieron rodeados de misterio, verdades a medias, negociaciones secretas, informaciones falsas y una urgencia desmedida por llevar a la práctica lo que establecía el tratado de 1750 firmado entre las dos coronas. La parte más conflictiva estuvo en suelo americano, ya que el traspaso de territorios (quinientos mil kilómetros cuadrados) iba a afectar a numerosas poblaciones de indígenas pertenecientes a las reducciones jesuíticas, no solo la de Paracuaria, sino también las de Chiquitos y Mojos, estas dos últimas en territorio actualmente boliviano.

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La llegada del barco Jasón a Buenos Aires despertó muchas intrigas ya que en él venían dos sacerdotes jesuitas, Lope Luis Altamirano y Rafael de Córdoba, y nadie sabía cuál era el motivo de su viaje, a qué venían ni cuál sería su destino. Las versiones que más frecuentemente corrían aseguraban que el destino final de ambos sería Chile. Grande fue la sorpresa de los residentes en Buenos Aires y Córdoba cuando días más tarde se enteraron de que ambos se habían instalado ya en el colegio que la Compañía tenía en Buenos Aires, al igual que los comisarios reales que habían llegado también en el mismo barco, con la aclaración de que estarían allí de manera transitoria mientras se les preparaba un lugar más cómodo y apropiado al cargo que ostentaban.

Refiriéndose a este acontecimiento, el padre Juan de Escandón en su relatorio dice: «Celebramos aquí todos la atención de aquel colegio en convidarlos como la honra que se le había hecho en aceptarle el convite. Mas porque con su llegada y a vista del trato real y mapa de él que traían consigo dichos comisarios, se descubrió desde luego todo lo que hasta entonces o sagaz, o misteriosamente los portugueses habían ocultado a los españoles, de todos los demás rumbos, que por las otras dos partes de norte y occidente corría la línea divisoria, tanto que en vueltas y revueltas de Castillos a los Mojos, de estos a los Maynas [provincia del Perú cuya capital es Iquitos] hasta volver al mar, y si bajaba algo, bajaría muy poco de dos mil leguas, y que todo el intermedio que bloqueaba dicha línea, quedaba para los dichos portugueses, se empezó ya a mirar en Buenos Aires con peores ojos la dicha línea que nunca se miró con buenos, aun cuando no se sabía que desmembrase de los dominios de España más de las 150 leguas, que hay o pueden haber desde Castillo al Uruguay y pueblos de él. A vista de todo esto, digo se habla también peor de lo que hasta entonces se había hablado; y el tratado que celebraban los portugueses cuanto podían (y podían celebrar muchísimo y como el mejor que su nación había hecho) lo calificaban los españoles de seductorio y subrepticio, y de algo más y peor» (1).

«Y como ya desde el año antecedente habían levantado tanto el grito contra aquella carta en respuesta del jesuita español al portugués, sobre que los jesuitas hablaban mal del tratado con nuestra corte, para que ahora no dijesen los portugueses otro tanto, ni menos lo dijesen los comisarios reales, que venían con declarado empeño en ponerlo en ejecución, fuese bueno o malo para España; el padre Luis Altamirano (que aún se ignoraba que viniese de comisario) en nombre propio o a petición de los comisarios reales, persuadió al rector de aquel colegio a que estrechísimamente y debajo de precepto mandase que ninguno de sus súbditos hablase ni ayudase a hablar mal del tratado a los seglares. Y esto mismo, y del mismo modo a persuasión del mismo lo mandó después el padre provincial a toda la provincia. Con lo cual aunque nos libramos de que de nosotros se dijese que hablábamos del dicho tratado con tan poca moderación, como los demás no interesados en él; pero no nos pudimos librar de que nuestra misma moderación en el hablar, que nuestro mismo silencio» pronto se les atribuyó que de seguro estarían tramando algo en secreto, en contra de los intereses portugueses, lo que lleva a Escandón exclamar: «Antigua desgracia o fortuna nuestra que todo se nos ha de atribuir a misterio: si hablamos porque hablamos, y si callamos también por eso mismo» (2).

«Aún no había bien descansado el padre provincial de su largo viaje desde Lima a esta ciudad [Córdoba] (él se reputa de 900 leguas) cuando le fue preciso por este tiempo a intimación, o llamamiento de los comisarios reales, pasar a Buenos Aires a ciertas juntas y conferencias que allí decían se habían de tener por instrucción que para ello traían de nuestra corte, enderezadas a la más pronta ejecución de la entrega de los pueblos a los portugueses con cuyos comisarios habían de ir luego los de España a verse en Castillos y sin otra alguna detención habían de pasar desde Castillos demarcando las tierras hasta las Misiones, entrando por el Ibicuí hasta el río Uruguay la primera tropa de demarcadores de una y otra corona. En llegando el ya dicho día le entregó al padre provincial el principal comisario real marqués de Valdelirios un tanto del real tratado con una cinta de su majestad católica, en que le encargaba la fiel y puntual cooperación a sus reales disposiciones conforme a las cuales por aquellos días se tuvieron varias conferencias sobre el modo que había de hacer para que los entregasen, cuanto antes fuese posible sus pueblos a los portugueses, y de los caminos que se podrían tomar los demarcadores que habían de salir de Castillos a las doctrinas, y de los que desde ellas había de subir por el Uruguay al Piquirí, y de este atravesar al Iguazú y subir por el Paraná arriba hasta el Ygurey. Y note V.R. aquí de paso que con esta segunda demarcación no sólo se le perjudica gravísimamente a los indios de los siete pueblos, sino a todos los demás del Uruguay y Paraná, menos al de Jesús, quitándoles a todos menos a este todos los montes de sus yerbales; a los del Uruguay porque todos los demás de una y otra banda los tenían sobre el mismo Uruguay y el Ibicuí, y a los del Paraná porque los tenían entre el Yguazú y el Paraná mismo hasta el célebre salto grande este río. Y era este de la yerba como dicho es el principal fruto de que sacaban los indios el tributo que pagaban todos al rey, y una de las cosas más necesarias para conservar su pobre vida. Parece indubitable que de este general perjuicio que la línea demarcatoria causaría a los dichos pueblos, tampoco se le avisó con sinceridad a la piedad de nuestro rey, para con ellos antes de la conclusión del tratado, y no fue porque los portugueses lo ignorasen; pues muy desde luego que acá les llegó la noticia de la dicha conclusión, empezaron a proyectar lo nuevos tratos y contratos que habían de hacer con nuestra yerba» (3).

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibid.

3. Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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