«Querían ser enterrados donde sus padres y abuelos»

A fin de superar las divergencias en cuanto a los límites de los dominios de ultramar como parte de la política de la corona española de reforzar las relaciones amistosas con la corona portuguesa, se firmó en 1750 un Tratado de Límites que tuvo, sin embargo, consecuencias diferentes de las previstas en esta parte del mundo.

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Desde el momento en que se dispuso que los indígenas debían abandonar los siete pueblos de las reducciones que iban a ser ocupados por los portugueses a raíz del tratado que firmaron las coronas de Madrid y Lisboa, se habló de las penurias que esta mudanza significaría. Más de treinta mil almas se iban a ver arrojadas de sus tierras y obligadas a cargar con todas sus pertenencias y con los animales indispensables para su sustento en busca de nuevas tierras donde poder asentarse. Más de un siglo y medio de ocupar un sitio tocaba de este modo a su fin.

Tales penurias se manifestaron ni bien decidieron abandonar voluntariamente y sin poner ningún obstáculo aquellas tierras. «Pero aunque en la realidad empezaron las dichas transmigraciones, por disposición de Dios vinieron al mismo tiempo que se empezó a marchar, tales aguaceros que no se pudo proseguir con el transporte comenzado de los dichos bienes muebles; no obstante que de algún otro de los mencionados pueblos salieron 174 carretillas o carricoches cargados de ellos, y aun de otro más cargado también de ellos y de gente, bien que todos con tantos trabajos y tanta detención en el camino por los lodazales y lluvias, que alguna de estas tropas gastó dos semanas enteras en caminar siete o ocho leguas, y a otra de la que llevaba gente por causa de los malos temporales se le murieron cuatro o cinco niños que llevaban a su destierro. ¡Dichosos de ellos! que por aquel camino del destierro llegaron a su verdadera patria. No murieron sólo los niños, sino también algún otro de los adultos» (1).

«De los otros pueblos no se pudo empezar a salir con toda esta prisa o precipitación, porque aunque en las prevenciones para el viaje nunca se cesaba; pero con tantas prisas como desde el principio empezaron a dar los comisarios, fue preciso que los misioneros se la diesen a los indios, y con estas prisas se sentían y reconocían ya (aunque fuera de San Nicolás) algunos más que leves indicios de desazones, de inquietud y desganas de la tal mudanza en todos los demás pueblos, que no llevaban ya bien ni con su paciencia ordinaria el que se les diesen tanta prisa para una cosa tan poco gustosa, como se las podría dar para la más gustosa del mundo; con que fue menester contemporizar algo con su natural lentitud, y acomodarle algo más con ella, antes que se acabasen de aburrir y se empezasen a declarar por arrepentidos de la palabra que habían dado de que se mudarían; esperando también que con la llegada del padre comisario, que ya se suponía cerca, se sosegarían y compondrían algunas cosas con su dirección y consejo, como de que sabría mejor la mente de los comisarios reales, y qué era lo que pretendían con aquellas prisas, que a todos les parecían más tropelías y precipitaciones, que prisas» (2).

«Mas como el padre no pudo llegar hasta 20 de agosto al primer pueblo de las misiones, y en él y el segundo fue menester detenerse más de lo que se pensaba, en algún otro iban tomando las cosas muy mal semblante; y para que no lo tomasen peor se tuvo de dar a todos permiso para que sembrasen como otros años así porque ellos lo querían, como porque verdaderamente lo necesitaban si se habían de mudar, mucho más en este que en otros años; porque ni en el camino ni en los parajes a que habían de ir, habían de hallar otra cosa de qué sustentarse, sino lo que llevasen consigo, y aun para sembrar el año siguiente era menester consigo la semilla de este año, por allá donde iban ni había de quién ni con qué comprarla; a lo menos muchos de ellos» (3).

«En este estado estaban las cosas cuando el padre comisario llegó a las misiones, a donde lo condujeron por tierra los indios desde el medio del camino en donde lo estuvieron muchos días aguardando los carruajes y escolta que había pedido; y en el mismo tiempo (como aquí se miente tanto) nos llegó desde Buenos Aires una fatal noticia de que los infieles le habían salido al camino y chocado con la escolta que lo llevaba y herido, no sé si también preso al padre y algunos otros de sus compañeros; pero presto se declaró ser todo falso y que sin daño alguno habían llegado todos hasta el tercer pueblo, recibiéndolos en él y en los otros por donde pasaron con todas las demostraciones de alegría que suelen cuando a ellos va alguna persona digna de especial respeto, del mismo modo que si les llevara consigo algún gran provecho; porque ya se les había procurado imponer en que el padre no tenía culpa alguna en el daño que con la línea divisoria se les hacía; antes iba a estorbar que no fuese mayor» (4).

«Ya antes (como dejo dicho) se habían declarado los indios nicolasístas, por resistentes a la mudanza, sin que en todo este tiempo pudiese su cura ni otros misioneros que lo procuraron, reducirlos a que [aceptasen] cosa tan repugnante para ellos. Mas desde ahora se declararon más, diciéndole resuelta y claramente a su dicho cura, que no los molestasen más, ni él ni otros padres sobre aquel punto de mudanza; porque no querían de modo alguno mudarse, y menos a unas tierras tan viles, en que apenas habían de poder vivir, teniéndolas ellos tan buenas, cuales Dios se las había dado, antes que hubiesen venido los portugueses, ni españoles por acá; que aquellas tierras que poseían eran las que habían poseído los abuelos de sus abuelos, y que así ellos jamás las dejarían, ni se apartarían de aquella herencia que les habían dejado sus padres, y defendido siempre de los portugueses sus enemigos. Ni les darían a estos sus pueblos e iglesia que tanto trabajo les había costado por tantos años, y que así supiese el padre y todos los demás padres que ellos estaban resueltos totalmente a morir en sus tierras, y ser enterrados (atienda V. R. con razón y motivo propio del poco alcance del indio) en donde estaba enterrado el padre Rafael Genestar, que había estos años pasados muerto en su pueblo, y que tanto los había querido, y a muchos de ellos había bautizado, siendo su cura quien también les había puesto su pueblo en la perfección en que los tenían; y así prosiguieron en otras alabanzas del difunto, y concluyeron que en suma ellos querían ser enterrados en donde había sido enterrado el padre y sus propios padres y abuelos, y que de esta resolución nadie, sino con la muerte, los sacaría. Y porque el corregidor del pueblo quiso tomar la mano y exhortar a la mudanza y prevención para ella que pedía el padre, llegó a tanto el alboroto contra él que su propio hijo le disparó un flechazo (aunque le erró el golpe) mientras los otros le amenazaban que si no callaba, le quitarían la vida a él y a cualquiera otro del pueblo que en esta su pretensión de transmigrar los favoreciese al padre, sin que el padre mismo, ni otros padres que con el padre superior en diversas ocasiones les hablaron les hayan hasta hoy podido hacer mudas de determinación, mostrándose siempre inflexibles a los ruegos, a las amenazas y aún a los castigos, como en efecto se castigó al principio a un cabildante y a dos caciques, y con el común castigo de la gente ordinaria entre ellos; pero con ninguna enmienda, ni en ellos ni en los demás» (5).

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibid.

3. Ibid.

4. Ibid.

5. Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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