Y salieron a buscar nuevas tierras para sus pueblos

Ante la conminación a desalojar los siete pueblos de las misiones que serían entregados a los portugueses, se comenzaron a hacer las primeras diligencias para abandonarlos y se les encargó a los indígenas «con más razón e inteligencia» que salieran en busca de los lugares más apropiados para levantar los nuevos pueblos, lugares que tendrían que estar dentro de los territorios pertenecientes a la corona de España, aunque no se tuviera muy claro todavía por dónde pasaría la nueva línea de demarcación.

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El provincial de los jesuitas, desde su residencia en la ciudad de Córdoba, había encargado al director de las misiones que recorriera cada uno de los treinta pueblos que componían las reducciones, para informar a sus habitantes que siete de estos pueblos debían ser desalojados para ser entregados a los portugueses. Se les dijo a los indígenas que, si no querían abandonar aquellas tierras, podían permanecer en ellas bajo el nuevo dominio. En este caso, lo perderían todo. La nueva situación la describe muy bien el padre Escandón en su relatorio del 8 de noviembre de 1755: bajo el dominio de Portugal, no serían dueños ni siquiera de una teja del techo de sus casas.

«Durísimas les parecieron a los pobres indios estas condiciones –dice Escandón en su relatorio–; como se lo juzgarían también a los españoles (y aún a los portugueses) si se les pusiese en un lance tan apretado, mandándoles que del mismo se transmigrasen los de Buenos Aires y a las pampas hacia el estrecho de Magallanes, o a los santafesinos y correntinos, a lo más interior del Chaco a fundar otras nuevas ciudades en que establecerse. Y mucho más duras les parecerían si caso que no quisiesen admitir dichas condiciones, por esto solo se les amenazase con la guerra, que después se supo que en el real tratado se los conminaba a ello; de la que por ahora no se les dijo nada; porque ni se sabía ni se sospechaba tampoco» (1).

«No obstante no hizo falta alguna esta noticia. Pues sin que la supiésemos para dársela, los buenos e igualmente afligidos indios se resolvieron a abrazar el partido o extremo que menos mal les estaba; cual fue el de no quedarse por caso alguno con los portugueses, y en cualquier acontecimiento quedarse para España, buscando en sus dominios algunas tierras en que de nuevo establecerse. Y este también era el partido que más deseaba, y aun pretendía España, para no darle tan desde luego esa mayor ventaja al portugués, sobre estos sus dominios y provincias que son como las murallas, que por esta parte le defienden al Potosí y a todo el Perú así de la nación portuguesa, como de cualquiera otra potencia que se lo pretenda usurpar. Porque si Portugal desde luego uniera consigo y con sus armas a todos aquellos siete pueblos, luego también sin dificultad alguna, antes con mucha facilidad tendría con ellos a los otros sus vecinos que están en la otra banda y en la misma orilla occidental del Uruguay con quienes están todos emparentados, y casi con la misma facilidad, o por maña o por fuerza a los del Paraná aunque no parientes, pero sí amigos y vecinos a estos del Uruguay; y en una palabra casi desde luego se haría el portugués así incontrolable, que sin disputa, al español en todas estas provincias y muy pronto a todo el Perú» (2).

«Al primero de los pueblos a quienes habló para el dicho fin el padre superior fue el de San Nicolás. Y para eso, el día 2 de marzo hizo se juntasen el corregidor y cabildo con todos los caciques que se hallasen en el pueblo (porque aún no habían vuelto todos de la guerra); y el día 14 del mismo mes habló semejantemente al corregidor, cabildo y caciques de San Luis. El día 17, a los de San Lorenzo. El 19 a los de San Miguel. El 22 a los de San Juan; y el 23 a los de Santo Ángel; y últimamente retrocediendo al Uruguay, habló del mismo modo juntos, el día 10 de abril a los del pueblo de San Borja. Y el modo con que se les habló y dio tan triste noticia, fue tan bueno como lo mostró el efecto; pues les persuadió por entonces a todos cuanto quiso y cuando ni él mismo ni ninguno esperaba; es a saber, que en todo caso obedecerían a lo que es rey disponía y que de ninguna manera se quedarían con los portugueses en tan deplorable miseria, sino que tratarían de buscar otras tierras en las que establecerse, en los dominios de España, y así estarían siempre unidos a los españoles con quienes por mal que les fuese, esperaban no les iría tan mal como con los portugueses, que siempre había sido, eran y serían sus émulos y aun sus declarados enemigos; bien que también sabían y veían que aun los españoles no los amaban demasiado, pero que al fin no los perseguían tan declaradamente como los portugueses, y así podían esperar algún mejor tratamiento de aquellos, y ninguno bueno de estos. A todo lo cual los dejó el buen superior, tan persuadidos y tan resueltos, que no parecía que había más que desear, sino la constancia con buenos propósitos. Y con este buen éxito desempeño plenamente la confianza de la buena elección que el padre provincial, (que aun no lo conocía) había por consejo y parecer de sus consultores hecho de él para una tan ardua empresa, que aunque todos la juzgaban por inasequible, era preciso acometerla, porque las órdenes de nuestro rey y los preceptos de nuestro padre general, así urgentemente lo pedían» (3).

Fue tan exitosa la campaña del padre superior de las misiones, que inmediatamente después de haberse decidido que los indígenas no se quedarían bajo el dominio de Portugal, se comenzaron a hacer las primeras diligencias para abandonar esos siete pueblos y al mismo tiempo para disponer dónde se levantarían los nuevos. Así, se les encargó a aquellos indígenas «con más razón e inteligencia» que salieran a recorrer los territorios para buscar los lugares más apropiados para levantar esos nuevos pueblos. Se insistió en que tales sitios debían estar en territorios pertenecientes a la corona de España, aunque no se tuviera muy en claro todavía por dónde pasaría la nueva línea de demarcación. Irían allí «con el fin de buscar, hallar y señalar en ellas los nuevos sitios a que podían mudarse y establecer en ellos nuevos pueblos, sino tan buenos como los que se veían precisados a dejar a sus dichos émulos, a lo menos de alguna comodidad para poder siquiera pasar la vida humana en policía, religión y cristiandad. Para lo cual era menester también buscar y hallar algunas cómodas estancias en que conservar los ganados que a ellas pudiesen llevar consigo en su mudanza los dichos pueblos que se habían de transmigrar y juntamente para traspasar los ganados de algunos otros pueblos de la otra banda, a quienes, aunque no se mudaban, la nueva línea divisoria les quitaba las estancias en los que tenían, por estar estos sitios entre los dichos dos ríos Uruguay y Ibicuy, como ya se dijo. Y así salieron todos con el designio de buscar cada uno para sí, y también para cualquiera otro pueblo que no hallase dichas estancias y tierras por el rumbo por donde iban a buscarlas. Bien que por más que las buscaron, en lo que quedaba a España de realengo, apenas se hallaron sitios para sólo tres de los siete pueblos, y eso entre las misiones, Buenos Aires y Santa Fe con las ya insinuadas nulidades de no darse en aquellas tierras yerba, yuca, algodón. Pero al fin se escogieron los tales parajes, aunque bien poco cómodos por la precisión y no haber otros mejores, ni aun peores capaces de construir nuevo pueblo alguno en ellos» (4).

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibid.

3. Ibid.

4. Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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