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Encontrar nuevas tierras donde refundar los siete pueblos de las reducciones que serían ocupados por los portugueses se había vuelto un verdadero problema de subsistencia. El tiempo corría en contra de los indígenas, a quienes se les presentaban solo dos opciones: emigrar a nuevas tierras donde vivir libremente o quedarse en las que habitaban desde hacía siglo y medio pero vivir como esclavos de los nuevos dueños de aquellos lugares.
Después de arduo trabajo, el jesuita director de las misiones logró convencerlos de que sin lugar a dudas la primera opción era la más adecuada, pese al enorme sacrificio de la mudanza, ya que debían llevar todas sus pertenencias además del ganado que tuvieran, fundamental para su subsistencia. Por otro lado, los indígenas tenían algunas exigencias en cuanto a las características que debían tener las nuevas tierras: era primordial que en el lugar hubiera agua, bosques y tierras apropiadas para la agricultura. Luego, tenían que ser aptas para plantaciones como la yerba mate, algodón y mandioca, también indispensables para su subsistencia.
Aquellos expedicionarios encontraron cinco posibles lugares que corresponderían a otros cinco pueblos. Pero no encontraron otros, ni buenos ni malos, para los dos restantes, que eran San Lorenzo y San Juan. Fue así como los pobladores de San Lorenzo decidieron buscar por el lado de Mbororé, zona con espesos bosques que les daba la esperanza de encontrar algún paraje donde poder emigrar. Estaba al norte del pueblo de San Francisco Javier (que hoy se conoce simplemente como San Javier), río Uruguay arriba. Este sitio se haría muy conocido más tarde, ya que allí un ejército de guaraníes se enfrentó con los portugueses con la intención de poner fin al acoso constante de los bandeirantes. Está considerada como la primera batalla naval que se libró en lo que hoy es territorio argentino. Resultaron ganadores los guaraníes, pero más tarde los bandeirantes comenzaron una persecución cruel contra quienes les habían derrotado.
El padre Juan de Escandón, en su relatorio de 1755, escribe que a ese lugar fueron dos padres jesuitas acompañando a «un buen número de lorenzistas bien prevenidos y armados por el peligro de caribes, que se sabía que se abrigaban en los montes. Pero lo mismo fue llegar que salirlos a recibir dichos caribes en bastante tropa; aunque como reconocieron que la de los cristianos era mayor y mejor armada, y que llevaba algunas bocas de fuego de que todo gentil teme muchísimo, sin acometerles se retiraron más que de paso, o huyeron a emboscarles otra vez en los montes, de donde habían salido» (1).
Este episodio fue suficiente para que los indígenas de San Lorenzo renunciaran a dicha zona como posible sitio donde fundar un nuevo pueblo teniendo como vecinos a gente tan belicosa. Y decidieron regresar. Solo les restaba aceptar las tierras de Tuyunguazu, que habían sido rechazadas por los del pueblo de San Nicolás alegando que eran muy pantanosas. «Y (antes de seguir más adelante) estas tierras del Mbororé eran las que me decía en Buenos Aires, por este mismo tiempo el primer comisario real de España, viéndolas y aun observándolas en el mapa, que le parecía increíble que en ellas no hubiese comodidad de fundar algunos de los pueblos. Ni si simplemente le satisficieron las razones que yo le traje para hacerle muy creíble que acaso no se podía fundar ni aun uno siquiera por las más particulares y en parte oculares noticias que yo tenía de aquel terreno, y porque de suyo se está viendo que los indios solos jamás dan bastante fundamento para poder juzgar, ni discernir si las tierras que representan son o no capaces de que en ellas se funden pueblos» (2).
«Finalmente –sigue escribiendo Escandón– no hallándose hacia el mar, en el Mbororé, en el Paraná ni en otra parte terreno a que transmigrar el pueblo de San Juan, le pidieron sus pobres indios también de limosna a los de San Ignacio Guazu, sito hacia el Paraguay, y distante del de San Juan 92 leguas, unas tierras que aun distan más de ciento, sitas en el triángulo que hace el Ñeembucu y los dos ríos Paraguay y Tibiquari [así en el original por el de Tebicuary] comúnmente llamadas las lomas de Pedro González, concediéronselas los ignacianos con toda caridad y liberalidad cristiana del mismo modo que los del Paraná les habían concedido a los otros pueblos, se las hubieran también dado con gusto a este cuarto, si las hubieran tenido. Fueron a verlas los de San Juan y a buscar en ellas sitio» (3).
Luego el padre Escandón, en su relatorio, le pide al provincial: «Haga V.R. aquí conmigo la reflexión siguiente, digna de que la hiciesen también nuestros críticos y calumniadores y es: Que todos estos pasos tan difíciles estaban ya dados y adelantados en orden a la evacuación y mudanza de los siete pueblos que con sus tierras y las de otros cinco se había de dar a los portugueses, con sola la carta de nuestro padre general, sin que en las Misiones se supiese que habían llegado los reales comisarios a Buenos Aires, más de doscientas leguas de ella; o al menos todo lo dicho se había escuchado sin que se supiese nada de que nuestro padre general nos enviase al padre comisario con el oficio que traía de superintendencia en la entrega respecto de nosotros, ni aún se sabía que nuestro dicho padre general hubiese pensado en señalar ni menos enviar tal comisario. Ni se supo el oficio que el padre traía a estas tierras, hasta cosa de dos meses de haber llegado; porque el padre ni dijo a lo que venía hasta después que en Córdoba supimos su llegada y a llamamiento de los comisarios reales pasó el padre provincial y yo con su reverencia a Buenos Aires adonde llegamos el día 7 de abril. Y entonces, con mucho gusto de todos, se declaró y fue a recibirlo en su oficio y se publicó dentro y fuera de casa la superioridad que traía en lo tocante al negocio de entregas aun sobre los provinciales de estas tres provincias de Lima, Paraguay y Quito, y algunos días después que aún creo que semanas, se dio cuenta a las Misiones de su llegada y oficio y su reverencia también escribió al padre superior y curas de los siete pueblos agradeciéndoles a ellos, y a todos los demás misioneros el empeño con que ya sabía que ellos y toda la provincia habían tomado aquel negocio tan arduo, y de haberles ya persuadido a los indios su mudanza, y reducirlos a que hubiesen ya hecho para ella muchas diligencias que ya dije (cuya noticia ya tenía el padre provincial en Buenos Aires) y exhortándoles a todos a que las llevasen con el mismo ardor adelante, mientras su reverencia pasaba en persona a las dichas Misiones, como deseaban los comisarios reales, para lo cual pedía le tuviesen carruaje en la mitad del camino, hasta donde iría embarcado, y desde allí por tierra con el avío y escolta necesaria, que se le enviase para seguridad de su persona; la cual escolta pedía a causa de los infieles a quienes se les acababa de hacer guerra, como ya dije, por los sanjosianos. De suerte que no tuvo por entonces que hacer el nuevo padre comisario, sino confirmar lo que ya estaba hecho en la provincia, y aprobarlo todo. Y así dio también sus veces al mismo superior a quien ya el padre provincial había cometido desde el principio las suyas. Y sen suma, no añadió ni tuvo por entonces que añadir a lo que acá íbamos haciendo» (4).
Notas
1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.
2. Ibid.
3. Ibid.
4. Ibid.