Solo «el gran lodazal» para vivir

Obligados a elegir entre salir en busca de nuevas tierras para asentarse dentro del territorio bajo dominio español, o seguir en sus pueblos, que pasarían a estar bajo dominio portugués, los indígenas optaron por lo primero.

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Siguiendo las órdenes del padre provincial de los jesuitas, y éste a su vez por indicación del padre general de Roma, se aceleraron los pasos que se debían dar para desalojar a los indígenas de los siete pueblos de las reducciones que iban a pasar a mano de los portugueses en virtud del tratado de 1750 firmado entre las coronas de Madrid y Lisboa. El padre director de las misiones fue el encargado de recorrer los pueblos y explicarles a los indígenas cuál era la situación y las opciones que tenían: buscar nuevas tierras donde asentar sus pueblos dentro del territorio dominado por España o permanecer en sus pueblos en una situación muy próxima a la esclavitud bajo dominio portugués.

Los indígenas optaron por la primera, ya que, si bien no se sentían muy queridos por España, por lo menos no eran abierta y constantemente perseguidos, como por los portugueses. Ante esta situación, se decidió enviar indígenas a buscar sitios adecuados para asentar sus nuevos pueblos, una labor que no dio los resultados que se esperaban. Aún no siendo muchas las exigencias (que tuviera agua para beber, madera para construir y tierras para labrar) y otros detalles (que diera la yerba mate, mandioca y algodón), sólo se encontraron tres.

«Para los otros cuatro pueblos –escribe Escandón en su relatorio– fue menester buscar sitios por otras partes, aunque fuese pidiéndoselos de limosna a sus propios dueños. Y porque esta limosna no la esperaban los indios de los españoles de Santa Fe ni de los de Buenos Aires, y mucho menos de los de Montevideo y Corrientes, determinaron pedirla, y la pidieron, a los otros indios no del Uruguay, que sabían que ciertamente no las tenían, sino a los del Paraná; de cuya verdadera caridad cristiana esperaban que no les negarían en una necesidad tan extrema la limosna que se les pidiese, sí acaso la tenían. No les engañó su esperanza. Pues lo mismo fue insinuarles su deseo, que ofrecerles ellos hermanable y graciosamente los tales sitios para todos los cuatro pueblos, caso que en sus tierras del Paraná se hallasen a propósito, bien que dudaban mucho, y no sin fundamento, que los hubiese de provecho para fundarse y establecerse en ellos todos cuatro, ni se aseguraban que lo hubiese aún para uno solo. El grave fundamento que para su duda tenían los paranaenses, era que por no haberse encontrado en todo su Paraná tierras capaces de fundar en ellas ni aun para la precisa división que se ideaba del pueblo del Loreto, fue preciso comprar para dicha fundación al pueblo de Yuti, que está a cargo de los religiosos de San Francisco, las tierras en que hoy está el pueblo de San Cosme, a la orilla del río Aguapey» (1).

«No obstante anduvieron tan caritativos los dichos paranaenses, que no sólo ofrecieron de balde las tales cuales tierras que se hallasen, sino que ellos mismos se ofrecieron con toda fineza a los del Uruguay ayudarles, como más prácticos de sus hermanos, a buscarlas. Y así como lo ofrecieron lo cumplieron, y aún con ventaja. Porque antes que los del Uruguay llegasen al Paraná, y a los de este río habían empezado a registrar con mucho cuidado sus terrenos, para ver si hallaban sitios a propósito para recibir y aposentar en ellos a los nuevos huéspedes o desterrados peregrinos. Que Dios para ejercicio de su cristiana caridad les enviaba. Y así inmediatamente a su oferta empezaron los del pueblo de la Candelaria sus tierras de una y de otra parte del dicho río Paraná, y no hallando en una ni otra sitio alguno bueno, pasaron a reconocer si lo había en las tierras del pueblo de la Santísima Trinidad, en que tampoco después de mucho buscar, lo hallaron de provecho, volviéndose con sólo el mérito de su buen deseo y con el desconsuelo de [no] haber hallado lo que buscaban para sí, sino para darlo libremente a los otros» (2).

«Con el buen ejemplo de estos indios volvieron otros a registrar las tierras de la Trinidad con la asistencia de uno de los padres misioneros, y tampoco se halló lo que se buscaba. Otros no obstante, acompañados del mismo, o de otro misionero, hallaron después hacia el Aguapey un tal cual paraje en tierras del pueblo de Itapúa, aunque no muy diferente de lo que significaba el nombre que los indios le habían puesto de Tuyunguazu, que quiere decir “el gran barrial” o “el gran lodazal”. Dábales el dicho pueblo de Itapúa este tal cual sitio para la fundación de nuevo pueblo a los de San Nicolás si lo querían. Fueron ellos pronto a verlo. Viéronlo y les desagradó solamente por más que su cura que había ido con ellos, se esforzaba en alabárselo, sino de tan bueno, porque ya él veía que no lo era; a lo menos de no tan malo, como a ellos les parecía. Buscóse y hallaron por fin otro sitio en las tierras del Jesús, que ni en la realidad, ni en el nombre era tan malo como el Tuyunguazu, ni les desagradó tanto a los nicolasistas, aunque tampoco no fueron agradarles mucho. Con todo esto este fue el que quedó señalado por entonces para su mudanza, a falta de otro mejor, o más cercano, pues distaba solas cincuenta leguas, más o menos, de su antiguo pueblo; y así serían los dichos nicolasistas, si se hubieran mudado, los que más cerca hubieran hallado el término de su transmigración. Y aunque esta era poca conveniencia, para que les sirviese de atractivo a su mudanza, pero al fin del mal el menos» (3).

«Después de esto volvieron a su pueblo, el cual, con la ausencia del cura que había a buscarle sitio para su mudanza, lo hallaron más disgustado y aun alborotado contra ellos de lo que le habían ya dejado cuando salieron; y con las malas noticias que le dieron del nuevo sitio, los que venían de verlo, se acabó enteramente de declarar por resistente a tal mudanza ni a aquel paraje ni a otro alguno, sin que sirviese de nada cuanto el cura procuró decir y hacer para apaciguarlos y volverlos a la primera determinación de mudarse, y palabra que de ello habían dado al padre superior» (4).

«En las ya dichas tierras del pueblo del Jesús hallaron otros dos padres misioneros sitio algo más apropiado, el cual consignaron para el pueblo del Ángel. Entraron estos con algunos indios a registrar las tierras y montes del Corpus hasta cosa de doce leguas más arriba de dicho pueblo hasta llegar a paraje ya bien expuesto a caribes y en el que pocos años antes habían comido a algún que otro cristiano; mas no hallando por aquella parte del río Paraná sitio alguno apto para que en él se fundase ningún pueblo, pasaron a la otra banda del dicho río a buscarlo, y no hallaron para que en él se estableciese el pueblo del Ángel, no muy lejos de aquel en que se había de mudar el de San Nicolás, bien semejante a él, hasta en lo poco que gustó a los del Ángel que fueron a verlo, y volvieron muy poco aficionados a él» (5).

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibid.

3. Ibid.

4. Ibid. 

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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