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La presencia de las tropas portuguesas y de los comisarios reales enviados desde Madrid y Lisboa creó desde el primer momento una situación tensa, e incluso la relación con los misioneros se volvió extremadamente frágil. Esto es fácil de entender si se tiene en cuenta que los indígenas, sin haber cometido ningún acto de agresión ni mucho menos de indisciplina, veían que estaban perdiendo las tierras que habían habitado ellos y sus antepasados por más de un siglo y medio. El episodio vivido por los pobladores de San Miguel ilustra muy bien la situación. Incluso la historia inventada por una indígena de que el arcángel San Miguel se le había aparecido a su hijo manifestándole su desagrado por el abandono de su pueblo fue tomada al pie de la letra y aumentó el malestar. El grupo que ya había salido del pueblo rumbo a su nuevo destino regresó rápidamente y los sacerdotes tuvieron que tomar una serie de medidas para apaciguar los ánimos.
Entre esas medidas estuvo restituir a la iglesia todos los objetos que habían sido sacados por la mudanza. Pero nada fue suficiente. «No obstante después de esta prudente condescendencia con ellos, quedaron bien agriados contra los padres y ya no les mostraron el amor que antes solían, sino varias veces les perdieron el respeto, de la misma suerte que se lo habían perdido en el camino, diciéndoles que ellos eran los que tenían la culpa de todas sus desdichas y trabajos; porque ellos y no otros eran los que habían pretendido darles su pueblo y tierras a los portugueses, y que por eso y no por otra cosa ponían tanto empeño en que se mudasen. Pero que supiesen que se le quitaría la vida a quien en adelante tal cosa intentase. Y así expresamente se lo dijeron al padre superior que en una ocasión se hallaba en el pueblo, y procuraba sosegarlos; añadiéndole que ya los demás padres los tenían cansados y aun aburridos con sus prisas, y con sus empeños, no sólo sobre que se mudasen, sino también sobre que se mudasen presto; que se mudasen los padres mismos si querían, y que se mudasen presto, y se fuesen adonde quisiesen, y los dejasen; que ellos sabían gobernarse como Dios y San Miguel les ayudase, y que en fin no temían el perderse, como los padres les decían que se perdían si no se mudaban. Y últimamente pasó tan adelante este alboroto, que los padres hubieron de salir de entre ellos, para asegurar sus vidas; principalmente el padre cura a quien los alborotados le mataron a uno de los pocos confidentes que le acompañaron en la salida. Y desde este tiempo empezaron estos de San Miguel con sus desconfianzas, a coger, abrir y leer las que iban o venían para los padres y a no sujetárseles ya muchos de ellos casi en nada, y mucho menos para el castigo de sus excesos» (1).
«Llególe al padre comisario la noticia de esto que pasaba con los miguelistas, caminando ya el padre de el primer pueblo de las misiones al segundo el día 9 de septiembre. Dióle luego aviso a los comisarios reales del estado en que con las prisas se iba poniendo en las misiones el negocio de la mudanza; diciéndoles que si esta se había de hacer se necesitaba ciertamente más tiempo del que allá en Castillos se pensaba dar a los indios, a quienes el real tratado expresamente concedía el tiempo cómodo para su transmigración. Y porque esto se les negaba escribió en la misma ocasión al excelentísimo señor Carbajal pidiéndole el tiempo que conforme a la genuina inteligencia de tiempo cómodo mandaba el real tratado darles a los indios. Y ya parece que el padre comisario a vista de ojos iba creyendo lo que no le cogía solamente de nuevo; es a saber, que de que se diese o no el dicho tiempo cómodo dependía en gran parte el que se efectuase la mudanza; a la que ninguna otra cosa dañaría más que las inmoderadas prisas y tropelías; las cuales en vez de la mudanza podían ocasionar, y acaso ocasionarían, que aquella cristiandad se despechase y se perdiese de una vez para Dios y para el rey, cuando su majestad en las dos solas palabras de tiempo cómodo, parece que tenía previsto, y ciertamente tenía previsto y precavido este inconveniente en su real tratado. Así acá los comisarios hubieran querido darles su verdadera inteligencia. Es verdad que concedió y sin escasez lo que se le pedía al primer ministro; pero en el ínterin que venía o no esta concesión, acá no cesaban las inmoderadas prisas que daba el comisario de Portugal al de España, este al nuestro y el nuestro a los misioneros y estos a los indios, llegó ya tan tarde este remedio que la enfermedad, de suyo muy peligrosa, se había puesto en términos de incurable: esto es, cuando ya los indios obligados y aburridos de tantas prisas, ni de prisa ni despacio querían, ni de ningún modo mudarse» (2).
«El 27 del otro mes llegó el padre comisario a San Borja, y allí se halló con la primera propuesta que le hacía el padre cura de San Miguel pidiéndole que sacase también de la estancia del dicho pueblo de San Miguel al padre que estaba en ella porque peligraba la vida de ambos. Respondiósele al padre cura que saliese del San Miguel y se dejase ver en el pueblo de Santo Tomé, para donde iba el padre comisario y en donde pretendía estar, y estuvo de asiento para desde allí como lugar más cercano a los siete de la entrega, dar y despachar sus disposiciones para esta y para la previa evacuación de los pueblos y tierras, y pertenecientes órdenes al modo y tiempo de la transmigración, y en donde se mantuvo desde octubre hasta últimos días del año siguiente» (3).
«Vino el dicho cura llamado y preguntado depuso cómo aquellas cosas de la mudanza de su pueblo de San Miguel se iban cada día poniendo de mal en peor. Porque a él y al otro padre de la estancia les echaban los indios toda la culpa de la pretendida mudanza, y entrega de sus pueblos y tierras a los portugueses. Pidióle el padre comisario relación jurada de otros. No porque su reverencia dudase de la verdad del hecho, sino para que en todo tiempo constase de ella con la mayor firmeza que era dable. Y así como se le pidió, hizo el padre cura su relación por menudo de todo lo que arriba queda dicho, y de mucho más que yo omito y el padre había hecho para persuadir a dichos sus indios a la efectiva pronta transmigración a las tierras y sitios que les estaban asignados para su nuevo establecimiento» (4).
Notas
1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.
2. Ibid.
3. Ibid.
4. Ibid.