Dentro de la vida cultural de las sociedades a lo largo de su historia, las fiestas y tradiciones son al mismo tiempo puentes con la memoria y marcos que configuran cíclicamente nuevas experiencias, continuidad y cambio cuyos hitos marcan incluso los nombres de las calles, como en este relato sobre un topónimo cuyo origen se encuentra en cierto episodio de la historia de la Semana Santa.
Dentro de la profesión de fe existen algunos capítulos que más allá de la catequesis instruida a los fieles en ocasión de tomar la Primera Comunión y por eso desconocido para la mayoría de los fieles que difícilmente buscan conocer y estudiar más un suceso trascendental de la religión es el de la muerte de la Virgen María, la Madre de Dios.
El barrio en aquel entonces era modesto y casi todos los vecinos se dedicaban a esos oficios tan nobles como poco lucrativos basados en el uso de las manos: carpinteros, mecánicos, herreros… Oficios que no permitían costear para los hijos educación más allá de la primaria «para leer y escribir».
En aquella larga avenida que en los versos de Ortiz Guerrero para la guarania «Paraguaýpe» aún llevaba el nombre de Amambay, y en la cual el empedrado cedía lugar a la dura piedra «tosca» que, calles proyectadas mediante, conducía a la zona de los campos de juego –todos sobre Quinta, desde Caballero hasta Tacuary– de los clubes –Nacional, Cerro Porteño, Sol de América, el celebrado Atlántida Sport Club…– a los que prestábamos nuestro calor de pueblo como socios o hinchas, comenzaba, otrora, el Barrio Obrero.
Como hoy, era 23 de octubre aquel viernes de 1931 en el que una marcha de estudiantes que exigían la defensa del territorio nacional terminó en masacre en el patio del Palacio de Gobierno (irónicamente, una defensa que, de manera no oficial, ya se había iniciado). Este vívido relato nos lleva a ese tiempo de guerra y tragedia que ha marcado nuestra historia reciente y en medio de cuyas tinieblas, como siempre en la vida humana, también hubo, sin embargo, luces.
«Como lector asiduo del Suplemento y de las publicaciones que firma la directora, me extrañó que quien en sus colaboraciones demuestra una cultura indudablemente proveniente del Viejo Continente se ocupara de un género musical popular y hasta “barriobajero” nacido en el Río de la Plata», comenta en este artículo el doctor Alejandro Encina Marín.
Palabras, costumbres y objetos dibujan los paisajes de la memoria, la historia familiar de las comunidades, y son como los amables fantasmas de los mayores y del pasado próximo, lleno de sueños y anécdotas, placeres y aventuras, accidentes y recodos cuyo encanto siempre respetará el tiempo.