El Paraguay se halla atiborrado de líos y baldones socio-jurídicos. La Corte (Poder Judicial) y el Congreso (Poder Legislativo), unidos para la misma causa (dictadura corporativa), son los agentes y forjadores del batifondo nacional. Esta aviesa manipulación política en la cual estamos inmersos todos los paraguayos, además del desorden global, del barullo escandaloso y de las vendettas ideológicas que intoxican al país, tienen su origen en las despóticas y desastrosas actuaciones del Congreso que, a tambor batiente, protagonizó un “juicio político” condenatorio al Poder Ejecutivo –tipo Ley 209 del stronato–, provocando una nueva alteración en la vida cotidiana o historia contemporánea de la Patria como ya ocurriera el 27 de marzo de 1999.
¡Militares eran los de antes! Después de su glorioso pasado en salvaguardar la independencia nacional y la soberanía de la república bajo la consigna de ¡República o Muerte!, el Ejército Paraguayo se ha convertido en una figura decorativa y bufonesca sometido a la voluntad y designios de improvisados y caducos personajes que se apropiaron furtivamente de los hilos del poder con la única intención de succionar infinitamente los néctares de la nación. A estos malandrines, por su naturaleza, los llamamos: “politicacos” (gobernantes rateros), porque se arrogan derechos y extrapoderes para manipular políticamente al verdadero papel de las fuerzas militares.
...Y seguramente no lo va a intentar y mucho menos concretar como ninguno de los distintos presidentes de la República que hemos tenido. Todos estuvieron distantes de la realidad y muy apartados de los profundos clamores populares. Nunca oyeron sus voces telúricas, jamás diagnosticaron el sentimiento ancestral del pueblo, se desentendieron de sus aspiraciones y traidoramente se dedicaron a pactar a sus espaldas para beneficio propio sin complacer las inquietudes generales o ciudadanas, tan urgentes como necesarias. Desde la caída de la dictadura, los 6 presidentes de turno se volvieron “sordos”, “ciegos” y “olvidadizos” porque con fervor se zambullieron en el CONTINUISMO de la mutación, sistema stronista que sigue reinando con impunidad en los tres poderes y en los distintos entes del Estado.
Los campesinos quedaron huérfanos, infectados, con enfermedades crónicas, sin parámetro ni alimento. Perciben que, definitivamente, ya no pertenecen a su antiguo hábitat, el campo, son remangados hacia las orillas. Arrancaron sus raíces y errantes peregrinan para asentarse en el submundo de las urbes sin posibilidad de salud, educación, desarrollo y calidad de vida. Su epitafio queda inscripto: “vagabundos” y “delincuentes”, condenados al marginamiento e indiferencia social, incentivando rencores y revanchismos en la comunidad. Así se liquida al manantial del folclore paraguayo, la vida campestre. Se vacía la identidad, se depreda la idiosincrasia del “ser paraguayo” y se extingue el “ñandereko” ancestral de la cultura guaraní.
Piratas, desvergonzados reptiles… la carroña aglomerada en el Congreso Nacional. ¿Y a esta podredumbre llaman Parlamento? Son fantasmas de inestabilidad, peligrosamente ataviados de legalidad. Tétricos para la población honesta y “laburante”, pues, ninguno de estos advenedizos la representa. Nacidos bajo la rúbrica de pactos ilegítimos, de una nomenclatura o lista creada por el statu quo a espaldas de la gente, jamás asumieron las reales necesidades populares. Desde que se fue el dictador, hace más de 23 años, los polluelos sustitutos crearon una Constitución Nacional a la horma (1992), plagada de artificios al solo efecto de eternizar en el poder a la horda política, fijación que los transformó en sádicos inquisidores de la ciudadanía.
Cuando los mandatarios (jerarcas) desobedecen la voluntad de sus mandantes o los amañados representantes tienen una conducta insubordinada en contra de la aspiración ciudadana, deben ser desalojados de su curul. Esto sucede con los hipócritas, farsantes y rapaces de la partidocracia llamados “coloretes”, “liberaletes” y “unacetes” (gente arrimada y de baja ralea) que nos copan y no hacen otra cosa que defender su grifo abastecedor, su monopolio de influencias, depredando el supremo propósito de la gente. En nada favorecen a la ciudadanía. ¡Tiranos! Saquean el poder del pueblo, manipulan sus prerrogativas y someten a su arbitrio a toda la población de la República. Cayó el Poder Ejecutivo, ahora es el turno de los otros dos, el Legislativo y Judicial.
…Y los “coloretes” (falsos colorados) dijeron NO al desbloqueo… ¡Cuándo no!... los “liberaletes” y “unacetes” también se enfilaron… actitud nefasta porque desobedecieron al pueblo por enésima vez, postura benéfica porque tronará en el firmamento el voto castigo y sin contemplaciones… todos se hundieron en el fango… estos partidos pensionistas del tesoro nacional padecen de elefantiasis y son verdaderos antros de villanos sablistas, conformando un cuerpo granítico para el aguante, instalando una muralla protectora como escudo que refracta al virtuosismo…
Sin excepción, todos los políticos “coloretes”, “liberaletes”, “unacetes” y “tekojojetes” deben ser desalojados de sus sitiales o poltronas. El pueblo es el único racimo o jerarquía que detenta la hegemonía absoluta, aquella que le fuera arrebatada por tanto tiempo. La población, la gente, la ciudadanía toda, debe ocupar su espacio natural, debe tomar con eficacia el timón de los poderes de la nación. Globalmente, estos tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) le corresponden y debe obrar en consecuencia, es la única forma de liberarse del yugo que representa esta lacra social denominada con el eufemismo de POLÍTICOS, anidados para el mal.