El país está en manos de los torpes

El Paraguay se halla atiborrado de líos y baldones socio-jurídicos. La Corte (Poder Judicial) y el Congreso (Poder Legislativo), unidos para la misma causa (dictadura corporativa), son los agentes y forjadores del batifondo nacional. Esta aviesa manipulación política en la cual estamos inmersos todos los paraguayos, además del desorden global, del barullo escandaloso y de las vendettas ideológicas que intoxican al país, tienen su origen en las despóticas y desastrosas actuaciones del Congreso que, a tambor batiente, protagonizó un “juicio político” condenatorio al Poder Ejecutivo –tipo Ley 209 del stronato–, provocando una nueva alteración en la vida cotidiana o historia contemporánea de la Patria como ya ocurriera el 27 de marzo de 1999.

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La torpeza de los dirigentes que nos representan abarca todas las instituciones y todos los estamentos, contamina a todo aquel que se acerca y envenena la psiquis de quienes consideran que “si ellos pueden delinquir, nosotros también”. Así, nos encontramos en medio del desenfreno total, donde todo es válido y posible. En estos días de juicios y desjuiciados, soberanías y soberanos engreídos, lo más resaltante es la violencia exponencial que exhiben, desde el gobierno, los defensores de un adefesio incuestionable como lo es este proceso de destitución presidencial legalizada que nos ocupa y preocupa.

Sin embargo, el colosal interés corporativo que transita impunemente entre los poderes Legislativo y Judicial hace que este mismo Parlamento, “regulador de honestidad y buen desempeño”, ignore sistemáticamente –hasta ahora– el “juicio político” a la Corte Suprema, sentencia que la ciudadanía hace tiempo ha resuelto ejecutar sin miramientos. Es indudable que esta inacción se trata de otro encubrimiento infame entre compinches de la misma cofradía en pro de la franquicia y prosperidad de sus miembros, en un reino donde la ley suprema es la aplicación del concepto ¡Entre bueyes no hay cornadas!

Dictadores y mentecatos, sádicos y cleptómanos integran el Parlamento Nacional y la Corte Suprema de Justicia. Protagonistas de fragores estériles atizando conspiraciones y quiebres democráticos para conservar el modelo de clanes rapaces, empañan nuestra imagen internacional. Somos un país irresponsable, poco serio y nos tratarán como tal.

“Con la misma vara que midáis, seréis medidos”, reza la frase y, consecuentemente, el Mercosur, la Unasur y la Celac midieron al Paraguay con la misma óptica que utilizó el Parlamento para destituir a Fernando Lugo en el “juicio político” llevado a cabo el 22-VI-2012. La mala praxis se paga cara en cualquier parte del mundo y la aplicación de la ley de Talión, “ojo por ojo, diente por diente”, no les ha agradado a nuestros conspicuos gobernantes.

La inconsistencia absoluta en la totalidad de los argumentos oficiales referidos al “juicio justo” o el “debido proceso” evidencia que en su agenda no figuraba la reacción internacional ante la situación creada. Quedaron descolocados, perdieron la postura, cayendo en circos jurídicos y melodramáticos episodios de epopeyas pasadas. Al igual que Lugo, estos, que más se parecen a imberbes pillados con las manos en la masa, creyeron que el malestar sería pasajero y al cabo de unas horas todo volvería a su “cauce normal”. Como se ve, los “mercosurianos”, los “unasuristas”, los “dipuchorros” y “senarratas” están cortados por la misma tijera, ya que pisotearon todo, tomándose revanchas sin protocolos, desde el origen mismo.

El nulo manejo de la geopolítica por parte de los cretinos “par-lamentables” revela con claridad meridiana la terrible fragilidad con que se maneja la República del Paraguay en materia de existencia y posteridad; inteligencia y seguridad. La Patria en manos de estos feroces carcamanes es pura hojarasca (cualquier cosa), pues, sistemáticamente la vienen vaciando de identidad y de sus principios republicanos, atesorados desde sus orígenes por los fundadores. La “movida geográfica” globalizada sorprende al Paraguay en un profundo estado de raquitismo estructural. Esta inconsistencia afecta a nuestras instituciones (internamente) y al relacionamiento con los miembros de la región y el mundo (externamente).

Y en ese contexto, por enésima vez, las Fuerzas Armadas paraguayas están siendo aviesamente manoseadas por estos “políticos de cuarta” que se hacen llamar “poder del Estado”, al cual accedieron mediante atajos y felonías. El ejército es, históricamente, la organización que le ha puesto coto a los disloques personalistas. Entonces, no es casual que el depravado Alfredo Stroessner haya degradado a sus miembros para sojuzgarlos a su arbitrio. Tampoco es desatinado decir que los políticos posestronianos terminaron por ahuecar la raleada mística de la organización por el temor a ser tumbados del laxo remanso de opulencia.

El ejército es del pueblo, los genuinos hijos componen su cuerpo y, por ende, se debe exclusivamente a la gente y a su voluntad impoluta. Le corresponde a la milicia escuchar la voz del pueblo y no la de unos cuantos rumiantes que no cejan en su espíritu de dominio y sometimiento a la ciudadanía. Juntos, codo a codo, podrán refundar la República, bajo una estricta depuración de todos los cuadros y estamentos para el lanzamiento de una patria nueva.

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