En estos días hemos visto y escuchado a numerosos referentes de la sociedad hablar de lo que debe hacerse en educación para superar nuestro rezago. El consenso apunta hacia la necesidad de la calidad. En el cómo lograrlo se perciben ideas más difusas, porque hace falta la militancia del aula para comprender la relevancia del maestro en un proceso que busca una educación de calidad.
Sofi es una niña paraguaya de 7 años, inteligente, desenvuelta, aventajada en el manejo de la tecnología. La vi enseñando a su abuela cómo usar con seguridad una tablet y ponerle una contraseña para que no cualquiera pueda acceder a ella. Ella va al segundo grado, pero su lenguaje y su comportamiento parecieran los de una niña mayor. Los niños de hoy sobreexpuestos a los medios masivos de comunicación y la tecnología en general son así y nos sorprenden a cada paso. Incluso los niños pobres que viven en situaciones desventajosas muestran habilidades innatas para captar rápidamente el manejo de la tecnología cuando acceden a ella, son los nativos digitales como los llama Mark Prensky.
En Atenas, hacia el año 482 a C., se puso en práctica un mecanismo de autodefensa popular con la ley del ostracismo, por medio del cual en la primera democracia conocida en la historia, una vez al año el pueblo podía votar al político que consideraban más destructivo para la democracia. El más votado era expulsado durante 10 años de Atenas. No constituía una pena judicial ni una condena penal, era un castigo de carácter moral porque el afectado no perdía sus derechos civiles.
El titular de la asociación civil Juntos por la Educación (JPE), empresario Víctor Varela afirmó que el presidente de la República, Horacio Cartes, debería “centrarse de manera obsesiva” en la educación paraguaya para iniciar el despegue de este sector que es clave para la economía, y evitar que el país se hunda en mayor atraso, una acertada recomendación a la cual queremos, sin embargo, hacer algunas precisiones de carácter operacional.
Gobernar un país es algo tan serio y extenuante que no debería haber tiempo para el vyrorei. Sin embargo, a las autoridades en función de gobierno les cuesta muchísimo, una vez que asumen y descubren la bisutería del poder, despegarse de las prácticas y rituales vacíos que solo sirven para distraer y retardar los procesos que requieren concentración y esfuerzo.
Un Ministerio de Educación gigantesco, con casi 5.000 funcionarios; disperso y sin ninguna conexión real con lo que pasa en la escuela y el aula, entrampada en su propia burocracia, es lo que impide hoy avizorar mejores días para el sistema educativo. De hecho, hay estudios regionales que nos señalan que vamos a paso de cangrejo.
La visita del máximo líder de la Iglesia Católica ha puesto sin dudas al Paraguay en la vitrina del mundo. El fervor en las calles y el entusiasmo en torno al papa Francisco, que con su autenticidad y sencillez ha conquistado el corazón de los paraguayos ha exaltado aquellos rasgos de nuestra cultura que son cotidianamente invisibles.
La sensación de incertidumbre y caos en la vida política nacional no es producto de una propaganda o una estrategia bien pensada para desgastar al Gobierno, como pretenden sugerir algunos analistas en un rebuscado análisis. En Paraguay las cosas son más simples.
Desde la antigua y poderosa Roma, los romanos conocedores de las debilidades humanas ponían a la sombra del César la figura de un esclavo con el único papel de recordarle a este, en las horas de gloria, la transitoriedad del poder con un inapelable: ¡Oh César, recuerda que eres mortal! Ejercer el poder en un escenario complejo, sin caer en la tentación de distraerse con la ilusión del poder absoluto, es una tarea difícil. La tentación del totalitarismo hace rato que late en nuestro país, está en nuestro ADN y ronda el vecindario latinoamericano. Solo basta mirar la cantidad de países con presidentes atornillados a sus cargos y con ansias de reelección interminable.