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Después de ver la convención de la ANR realizada el sábado 29 de octubre, donde Cartes resucitó de un golpe al viejo Partido Colorado, el de los “militantes estronistas”, y afloraron intactos todos los lastres del pasado de la forma más grotesca y desengonzada a los gritos de adulación sin límites de convencionales alquilados por el cartismo, que hace lo que sea con el propósito de lograr la reelección a toda costa y a cualquier precio, no podemos evitar pensar que la democracia paraguaya bien necesita de un mecanismo de autodefensa popular que imponga castigos ejemplares a los personajes que constituyen un peligro para la institucionalidad de la república.
Las decisiones tomadas que constituyen verdaderos atentados a la institucionalidad democrática, son el peligroso recordatorio de un pasado insepulto con nauseabundo tufillo dictatorial. Se sobrepasaron todos los límites imaginables de la decencia. Los ciudadanos asistimos al bochornoso espectáculo de la sustitución de un ministro por no ser colorado y la afiliación apresurada, humillante y vergonzosa, del otro que no quería correr la misma suerte, todo esto con los ecos de las hurras de la más baja calaña.
Se inscribe así en la historia política del país el descarado intento de atropellar las prescripciones constitucionales solo para que Cartes consiga la reelección, con lo cual se socava la institucionalidad de la república, y se abre camino a un peligroso proceso de inestabilidad política y de rupturas de los fundamentos de la democracia. Sin dudas hoy el presidente Cartes, con su ambición desmedida y ciega, ha demostrado ser más destructivo que benigno para la democracia. Si viviera en Atenas, ¡merecería el ostracismo antes que la reelección!
* Educadora y periodista.