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Se tiene suficiente información sobre los puntos flojos del sistema educativo, estudios y evaluaciones sobran y la conclusión inapelable es que los estudiantes no aprenden lo que deberían. Las evaluaciones inclusive nos señalan qué cosas no aprenden los estudiantes. Esto nos lleva inevitablemente a preguntarnos ¿por qué? Y la respuesta también es obvia… y es que los maestros no pueden enseñar lo que no saben. Por lo tanto, el epicentro del problema educativo se circunscribe en el aula y en la interacción de maestros y estudiantes.
La calidad educativa depende casi exclusivamente de lo que el maestro tenga en la cabeza y el corazón, un buen maestro es capaz de hacer maravillas con poco, un maestro mal preparado seguirá enseñando poco aunque no haga huelgas, aunque los útiles y la merienda lleguen a tiempo y tenga todos los soportes de la tecnología. Esta es la precisión que debe tener en sus políticas el MEC para afectar con posibilidades de éxito la calidad educativa.
El desafío es la capacitación en servicio y de eso se tiene que ocupar el MEC y no las universidades que adolecen del mismo mal.
El MEC y su ejército de directivos, supervisores y técnicos deben centrarse de manera obsesiva en el aula, en el maestro y los alumnos, instalando escuela por escuela una dinámica de gestión pedagógica que movilice la acción en torno a los objetivos educativos. Que muestre el camino de cómo lograr esos objetivos. Que enseñe a los maestros a enseñar y a preguntarse sobre su propia práctica con preguntas obsesivas sobre: ¿Por qué mis alumnos fracasan en lectura comprensiva? ¿Por qué no aprenden la raíz cuadrada? ¿Por qué fracasan en las competencias que son básicas para cualquier estudiante? Y ante esto el MEC tiene que liderar, como de hecho ya lo hacía desde el programa Escuela Viva inexplicablemente ahora con nula ejecución, proporcionando pistas y recomendaciones didácticas oportunas, materiales concretos para el trabajo docente. Crear equipos pedagógicos pensantes en cada escuela en lugar de amontonar funcionarios en el nivel central que se convierten en burócratas y quieren gestionar la educación desde sus oficinas y por resoluciones.
Es importante centrarse de manera obsesiva en la educación desde una perspectiva general. Pero es más importante centrarse de manera obsesiva en el aula y los maestros de manera particular, porque si no, cada gobierno se termina yendo por las ramas y no se aborda nunca el foco del problema.