Una escuela para Sofi

Sofi es una niña paraguaya de 7 años, inteligente, desenvuelta, aventajada en el manejo de la tecnología. La vi enseñando a su abuela cómo usar con seguridad una tablet y ponerle una contraseña para que no cualquiera pueda acceder a ella. Ella va al segundo grado, pero su lenguaje y su comportamiento parecieran los de una niña mayor. Los niños de hoy sobreexpuestos a los medios masivos de comunicación y la tecnología en general son así y nos sorprenden a cada paso. Incluso los niños pobres que viven en situaciones desventajosas muestran habilidades innatas para captar rápidamente el manejo de la tecnología cuando acceden a ella, son los nativos digitales como los llama Mark Prensky. 

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Es imposible verlos y no pensar en lo aburrido que debe ser para ellos asistir a la escuela hoy, una escuela que con su ritmo lento y desfasado es capaz de matar la pasión por aprender que tienen naturalmente los niños, poniéndoles a copiar pizarrones enteros, a leer lecturas patéticas que nada tienen que ver con sus intereses y realidad, redactando frases repetitivas y vacías, dictándoles verdades perimidas y subestimando su capacidad e inteligencia hasta la exasperación.

Ser maestros de estos niños requiere mucha agilidad mental y preparación para asumir que la escuela debe ser un espacio de oportunidades y el maestro un guía que conduzca la aventura de enseñar y aprender.

Parece simple; sin embargo, lograr maestros así requiere de una política clara y sostenida en el tiempo que los empuje a formarse en la sociedad del conocimiento instalando unidades de capacitación permanente en cada escuela, que los convierta en investigadores de su propia practica y no asistentes pasivos de cursos masivos dictados esporádicamente para 400 personas en un galpón por universidades privadas que tienen poca o nula idoneidad para hacerlo.

Sostener una política que trasforme la cabeza de los maestros requiere de un liderazgo serio que encabece el trabajo conjunto y sostenido de un equipo plural que piensa y conoce profundamente la realidad de la escuela paraguaya, que estudia al alumno de hoy, sus potencialidades y sus intereses junto con los desafíos del mundo y tiene el coraje de realizar propuestas revolucionarias y desafiantes. Recién entonces habrá esperanzas para Sofi y tantos niños como ella condenados hoy a la mediocridad y el aburrimiento.

Los burócratas, charlatanes y populistas empotrados en el MEC hoy no van a conducir ninguna trasformación, porque mientras el ministro Riera espanta la abulia bailando cachaca (según un video viralizado recientemente) para caer bien a 100 maestros y funcionarios adulones y acríticos, por las aulas paraguayas pasan más de un millón de almas, la mayoría no encuentra respuestas y está aburrida haciendo tareas que se reducen al dictado, la copia y la repetición.

No es solamente la infraestructura la que colapsa en la educación paraguaya, es la vieja práctica del acomodo, la ineptitud farisea instalada en el ente rector cada día más paquidérmico, que busca tapar el papelón con cifras y números irreales y mentirosos que no resisten ningún análisis profundo.

(*) Educadora y periodista.

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