Irene DalmasesBarcelona, 18 oct (EFE).- “Si fuera un cuadro, este libro sería un autorretrato magnífico de su rostro”. Así define Nick Cornwell, uno de los hijos de John Le Carré, la monumental obra “Un espía privado”, un libro que incluye siete décadas de correspondencia del escritor británico, que llega este miércoles a las librerías españolas y tiene previsto su lanzamiento en América Latina aunque aún sin fecha concreta.
William Seward Burroughs, hombre dado al exceso y a la desviación de lo habitual en el consumo, el sexo y la literatura –drogadicto, homosexual, escritor experimental–, era un buen conocedor de las drogas y de sus efectos (en carne propia), Es muy contemporáneo, por sus ideas, en nuestra sociedad de consumo, que es una sociedad de adictos.
El hombre del sombrero tiembla de risa entre sus propias lágrimas pegajosas, abrazado por la protección de las sombras que detienen el tiempo. Ha probado el horror del placer loco. Ha probado el horror del placer sin fronteras, del placer sin medida, del placer sin después. Ha probado el horror de la eternidad. Se ha apoderado de los lujos reservados al asesino. Ahora tendrá que vivir dando un rodeo para burlar a la muerte. Como cuando, de niño, aunque supiera que tendría que entrar antes o después a clase, se demoraba solo un poco más con algún pretexto o con varios, como si jugara a perderse o a olvidar el camino que lo llevaba a la escuela.
Allí estaba, en medio de Sting y Andy Summers: un viejo de traje, casi una momia. La foto en la revista Manchete me había llamado la atención por aquellos dos miembros de uno de mis grupos preferidos de ese entonces, The Police. Pero el artículo no hablaba de ellos, sino del viejo. De William Burroughs. No recuerdo exactamente qué decía el artículo, pero sí que lo resaltaba como un gurú para las nuevas generaciones.
William Burroughs y Kurt Cobain se reunieron una mañana de octubre de 1993, el primero acompañado por sus gatos y el segundo por su mánager. Nos lo cuenta Julián Sorel.
Sobre el terrible accidente mortal que decidió el destino de Willian Seward Burroughs, ese escritor tardío pero absolutamente genial, al decir del habitualmente poco efusivo Norman Mailer cuando defendió su obra de la censura que la quiso prohibir por inmoral.