Cargando...
«–You are a fucking genious.
–No, just younger than you.»
(Creative Control, 2015)
La realidad aumentada (RA) –augmented reality (AR)–, no es la realidad sin más ni la realidad virtual (RA) –virtual reality (VR)– sino una tercera realidad enriquecida (aumentada) con información extra y creada en tiempo real tomando elementos del entorno físico visto a través de un dispositivo y mezclándolos con elementos virtuales. Si llevas en la retina un dispositivo que edita lo que ves mientras pedaleas o conduces hasta tu oficina, eso es realidad aumentada; si descargas una aplicación y con ella mejoras tus fotos o les añades efectos en una pantalla, eso es realidad virtual. La realidad virtual sustituye a tu entorno; la realidad aumentada lo construye. El blanco y negro de la última película de Benjamin Dickinson, estrenada el 11 de marzo en los cines estadounidenses (tras presentarse en el 2015 en el festival South by Southwest), Creative Control (2015), con su estética monocroma tan recurrente en la fotografía artística y publicitaria y en la de cualquier usuario de programas de edición para amateurs, sugiere desde el comienzo tácitamente una realidad aumentada y desliza el perturbador secreto a voces de que ya no soportamos un mundo sin editar.
Hay un consenso internacional en las recientes críticas y comentarios sobre esta película de Dickinson (que debutó en el 2012 con el post-apocalipsis hipster titulado First Winter) en cuanto a presentarla como un filme futurista. Sin embargo, ese mundo –filmado, rectifico, más que en blanco y negro, en una suntuosa y helada paleta de grises– principalmente digital, en el cual la mente muta en consonancia y arrastra en tal mutación partes sustanciales de la experiencia, para muchos de nosotros no es el futuro, sino el presente.
El director, protagonista y –con Micah Bloomberg– coguionista Benjamín Dickinson, en el papel de David, trabaja en una agencia publicitaria de Brooklyn y está a cargo de la campaña para un dispositivo de realidad aumentada parecido a unos Google Glass pero cinco minutos más adelante en el tiempo: Augmenta, anteojos que prometen el control creativo de la vida cotidiana, verdadera puerta de entrada a un territorio nuevo para cuya exploración David recurre, como guía virtual del potencial usuario, al avatar en 3D del conocido comediante y músico de Seattle Reggie Watts –cuya presencia en el filme conecta inteligentemente ese supuesto futuro (inquietante, contra lo que es habitual en estos casos, no por desconocido, sino, al revés, por conocido) con nuestra actualidad–.
Conforme crece la impresión de que el control de la vida que los Augmenta prometen, más que David, lo tienen sus anteojos (vueltos, así, una suerte de metáfora posmoderna equivalente a ciertas sustancias «esclavizantes» en fábulas modernas similares –pienso en Burroughs y la dialéctica amo-esclavo del yonqui y su droga, o la droga y su yonqui, etcétera (David, de hecho, como sus pares en la trama, sobrevive a base de pastillas euforizantes, alcohol y la cocaína necesaria para su ascendente carrera profesional)–, el eterno buceo filosófico en la naturaleza de la subjetividad sustenta una visión de la mente como sistema operativo que puede programarlo todo pero que en cierto punto ciego no puede ver que solo se está programando a sí misma.
Así, frente a los conflictos y retos que implica la realidad, representada, entre otras cosas, por su novia, Juliette (Nora Zehetner), una instructora de yoga con, según él, accesos de un moralismo agresivo, vacuo e hipócrita, o, según ella, legítimas preocupaciones sociales, David, con la función de escaneo y digitalización de sus Augmenta, captura imágenes para hacerse una realidad a su medida. Sustituye el esfuerzo que exige su relación por el sexo sin discusión ni seducción con un holograma –hecho de tomas de Sophie (Alexia Rasmussen), la novia de su mejor amigo, Wim (Dan Gill), el fotógrafo–, ciberdesnudo que colorea un poco la irresistiblemente limpia y fría belleza del futuro onanista y monádico con su rica paleta de grises en armonía estudiada con la música (en su mayoría, si no me confundo, al menos por lo que pude reconocer, Vivaldi; también Purcell, Handel, Schubert, Mozart y Bach), refinada serie de impecables imágenes puesta en movimiento por Dickinson y el director de fotografía, Adam Newport-Berra; esa belleza que, a la luz de las advertencias que susurra a gritos la historia, es una ilusión –la ilusión de lo perfecto– tan seductora y peligrosa como bien cumple al pecado.
Augmenta puede ser un producto imaginario, pero su mercado, el de los consumidores de la neomagia digital, no lo es: existe, y somos nosotros. Creative Control no es una historia futurista, sino, a mi juicio, un espejo; es nuestra mórbida y oscura historia de brillo y creatividad, dinamismo y eficacia, nuestra fascinante y áspera historia de obsesión, de soledad y de locura, la historia de lo que (nos) está sucediendo aquí y ahora.
Así, en una secuencia, a través de la perspectiva de David –que, tan internamente devorado por la tensión como «normal» en apariencia, atiende al mismo tiempo la voz omnipresente e invisible de una videollamada que nadie más escucha–, vemos un torbellino de mensajes de texto, chats, whattsaps y correos electrónicos que, al igual que sus ojos, giran en todas las direcciones a la vez y en ninguna dirección en concreto: una mente sin rumbo en medio de la sobredosis de sustancia virtual que la consume. Es difícil no reconocer esa sensación en el presente hiperconectado. Sin embargo, al tiempo que retrato contemporáneo, o tal vez sátira –en su mejor sentido, que, antes que el de juicio crítico de otros, es el autocrítico, el especular– en la cual, cómodamente, cabemos todos, como he sostenido hasta aquí, debo señalar que también hay algo sustancialmente atemporal en esta curiosa fábula, ya que, con absoluta independencia de todo desarrollo tecnológico y de las previsibles repercusiones sociales y las incitaciones comerciales al consumo masivo que acompañan a todo desarrollo tecnológico en nuestra sociedad, la mente siempre ha tenido, con dispositivos como Augmenta o sin ellos, el «control creativo» de la realidad, y la realidad no ha sido nunca extramental stricto sensu, salvo, en todo caso, bajo la forma –incognoscible, inaccesible, inconcebible y, en suma, para todos los efectos prácticos, inexistente– del «Ding-an-sich» kantiano.
En Creative Control, en fin, los circulares riffs de la pesadilla latente que se desata cortan la pax perpetua de un universo diseñado tan limpiamente como un spot de 212 by Carolina Herrera para arrojar su perfección al abismo, al vórtice del inodoro, y ver como todo se hunde y desaparece, devorado por las mudas espirales del solipsismo.
Ficha técnica
Creative Control
Año: 2015
Director: Benjamín Dickinson
Guionistas: Benjamín Dickinson y Micah Bloomberg
Actores principales: Benjamín Dickinson, Nora Zehetner, Dan Gill, Alexia Rasmussen, Reggie Watts, Gavin McInnes, Paul Manza
Música: Drazen Bosnjak
Director de Fotografía: Adam Newport-Berra
Dirección Artística: Katie Hickman
Efectos Visuales: Ethan Keller