Todavía estamos impresionados por el atentado terrorista de Francia. Poco puedo añadir a cuanto se ha dicho y escrito en estos días. Lo que sí es evidente, y esto es claro como la luz del Sol, que el atentado contra “Charlie Hebdo” no fue contra unos redactores concretos, sino contra la libertad, que es la base de una sociedad plural.
Gracias a los medios de comunicación modernos he recibido, en el instante, la dolorosa noticia de la muerte de nuestro querido P. Viedma. Hasta es posible que me haya enterado antes que algunos de los que se apresuraron a sacarlo del colegio en el que siempre vivió y en el que siempre quiso morir. A veces la vida tiene contradicciones, que por ser tales, no tienen sentido, pero dejan en evidencia la grandeza humana de personas como el P. Viedma, frente a la pequeñez y la cicatería de quienes se creen con derecho a dictaminar sobre lo divino y lo humano, aunque tengan que pasar por encima de sentimientos y de personas. La soledad de un centro de cuidados intensivos contrasta con la alegría en la que él siempre vivió, rodeado de jóvenes y de personas a las que amaba de modo espontáneo y natural. Estoy seguro de que la cuidadosa solicitud del P. Nilo y la presencia de su familia le habrán ayudado y servido de alivio en estos últimos momentos de su vida.
La renuncia de Benedicto XVI no ha dejado indiferente a nadie. Es impresionante la cantidad de información y de comentarios a que está dando lugar, aunque esta también en ocasiones se hace desde una terrible banalidad no exenta de ignorancia o de inanidad intelectual. Es curioso encontrar grupos que criticaban cualquier gesto o palabra del Papa (y están en su derecho) o proclamaban a los cuatro vientos que la Iglesia es algo superado, y ahora no encuentran palabras para alabarlo, y lo que es más curioso, andan muy preocupados por quién le sucederá. Cosas veredes...