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Pero lo más interesante es hacer algunas reflexiones que nos ayuden a valorar esta renuncia. Por ello quiero aportar algunas ideas. Creo que esta renuncia es el final de un ciclo y abre una etapa nueva en la vida de la Iglesia. Así, al menos, lo deseamos muchas personas que estamos en la Iglesia y la amamos. En efecto, Benedicto XVI renuncia como “obispo de Roma”, que es el sucesor de Pedro. Por tanto, el Papa, igual que los demás obispos, se somete a los deseos del Vaticano II, que pedía la renuncia de los obispos a los 75 años. Se trata de un gesto de humanismo y de reconocimiento de las propias limitaciones, lejos de la sacralización que, en ocasiones, se ha hecho de la figura papal como vicario de Cristo. La vida del Papa no está ajena a avatares de la vida de cualquier persona humana.
El próximo Papa que venga ya no estará tan mediatizado por las terribles circunstancias del siglo XX, especialmente de la Segunda Guerra Mundial. Esto es más que evidente. Por tanto, con la renuncia de Benedicto XVI, la Iglesia entra de lleno en el siglo XXI. Las nuevas iglesias, latinoamericana, asiática y africana, empezarán a tener un papel más decisivo y determinante en la vida de la Iglesia. El cristianismo europeo, como la misma Europa, está bastante agotado y necesita de aire nuevo que renueve las ideas, las instituciones y las estructuras eclesiales muy ligadas al modelo y a la cultura occidental.
Asimismo, no deja de ser interesante ver el modo como la Iglesia va a administrar la presencia de dos papas. Porque no es lo mismo un papa renunciante y vivo que un expresidente de un país que da conferencias por todo el mundo... Es una situación nueva que requiere de una fórmula nueva, si bien yo pienso que Ratzinger, como persona, no creará el más mínimo problema. Pero los problemas pueden venir por parte de aquellos nostálgicos que siempre se refugian en el pasado para justificar sus posturas...
Y, sin duda, esta renuncia abre la puerta a un replanteamiento serio, profundo y teológico del papel del Papado, independientemente de la persona que lo ejerza. El peso de la Iglesia no puede caer exclusivamente sobre una persona con un poder omnímodo e inapelable. La entrada de la Iglesia en el siglo XXI lleva consigo asumir, manteniendo la esencia del servicio pastoral del Papado, el que hay que buscar nuevas formas de gobierno que la acerquen más al mundo actual. Nadie, con un mínimo de objetividad histórica, puede negar el servicio que el Papado ha prestado a Iglesia, a la cultura y al mundo actual, pero es llegada la hora de afrontar nuevas formas de servicio, conforme a la realidad actual y a la diversidad eclesial.
Pero no menos importante que lo anterior, o quizá como consecuencia de lo anterior, va a ser la REFORMA DE LA CURIA ROMANA. Desde Juan XXIII hasta el mismísimo Benedicto XVI han intentado reformarla, y no lo han conseguido. Es evidente que esta renuncia del Papa actual ha dejado en fuera de juego a muchísimos curiales que aún no salen de su asombro porque no sabían nada de ello, a pesar de que está contemplado en el Derecho Canónico. No creo que la renuncia de Benedicto XVI esté ajena a este nuevo planteamiento de la reforma en el gobierno de la Iglesia. De hecho, hay unanimidad –las excepciones, en estos casos, confirman la regla– en reconocer que la renuncia del Papa ha sido un acto valiente porque afronta, con la serenidad de una gran paz interior, lo que nadie había hecho hasta ahora. De pronto, el Papa rompe con unos esquemas de comportamiento que se daban por tan bien afincados que era imposible removerlos. Más aún, algunos piensan que su renuncia es poco menos que una traición. Pero él, y lo ha repetido varias veces, lo ha hecho con plena libertad y sabiendo que es lo mejor para la Iglesia. ¡Más no se puede pedir!
Y también –y no es menos interesante este aspecto– esta renuncia va a evitar el desgobierno de la Iglesia o el que los asuntos eclesiales sean manejados por intereses diferentes cuando se dé una larga enfermedad, como ya sucedió en el Pontificado anterior. El Papa deja esta gran responsabilidad del gobierno de la Iglesia y de su servicio pastoral, después de haberlo meditado largamente ante Dios, porque ya no se siente con el vigor suficiente para ello y, además –y esto sí que es honesto y maravilloso–, lo hace por el bien de aquellos a quienes ha servido con su ministerio. ¡Qué buen ejemplo, tanto para eclesiásticos como para políticos, que se sienten imprescindibles en sus cargos!
* Sacerdote salesiano