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No hay nada que más daño haga a los fanatismos y a los extremismos, religiosos y políticos, que la libertad. Por eso lo primero que hace un régimen dictatorial es recortar las libertades, y la primera de todas, la libertad de expresión. No hay mejor antídoto contra cualquier clase de tiranía que la libertad.
El “Todos somos Charlie Hebdo” es el grito de la libertad frente a la irracionalidad. Y esto no es negociable ni discutible.
Quienes han puesto “peros” al atentado terrorista de Francia porque la revista (y no debemos olvidar que se trata de una revista cuyo género literario es la sátira y la socarronería) publicaba viñetas irreverentes contra las religiones y los políticos especialmente, no han llegado al fondo del significado real del atentado, pues el humor exige un plus de inteligencia y tolerancia para interpretarlo. El gran problema de los fundamentalismos es semántico, pues no son capaces de ir más allá de la literalidad de un texto. Se quedan en la literalidad de las palabras o de las viñetas, sin descubrir el espíritu que las anima.
No hace mal a la religión ni a la política caricaturizar la rigidez de su dogmas o de sus estructuras para obligarlas a repensar la actualización de sus principios y a no dormirse sobre los logros alcanzados. Como decía esta semana la revista Études: “Es un signo de fuerza poder reírse de ciertos rasgos de la institución a la que pertenecemos porque aquello a lo que estamos vinculados está más allá de las formas siempre transitorias e imperfectas”. Y además, un poco de humor, aunque sea un poco pesado y satírico, no viene mal a las religiones, que muchas veces, con la repetición rutinaria, imponen normas y rituales tan serios y “cansinos” que acaban aburriendo a sus propios seguidores.
A fin de cuentas, el cristianismo es “buena noticia” que debe suscitar la alegría y el buen humor en los creyentes. El papa Francisco, que tampoco ha escapado a la sátira burlona de “Charlie Hebdo”, repite reiteradamente: “No seáis hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo”.