Qué no dijo el hombre durante los casi tres años y medio que lleva al frente de la Presidencia de su país. Ya se estará encargando alguien de recopilar sus dislates, sus frases célebres, sus oráculos, y las perlas con las que, en más de una ocasión, se dio el lujo de tensar las relaciones diplomáticas con algún que otro país vecino.
Esto es el Mercosur hoy por hoy: uma bagunça, como dirían los brasileños. Un lío, un desbarajuste, un revoltijo, un desmadre. Ya nadie sabe por dónde agarrar esta pelota tatá, este bloque, fundado hace más de dos décadas, con el objeto de promover el desarrollo económico y social de los pueblos que lo integran, devenido en un pobre espejo que solo sirve –al parecer– para reflejar lo peor de nosotros mismos.
El diálogo es una de las armas más eficaces para superar las diferencias y restablecer la confianza cuando ella ha sido perdida. Así sucede en las relaciones interpersonales y así también entre las naciones; de allí que este mecanismo se encuentre en la base de toda la filosofía y la praxis de la diplomacia. Sin diálogo no hay entendimiento posible. La coerción y el uso de la fuerza, la experiencia lo demuestra, no constituyen la mejor vía para arribar a acuerdos justos, menos aún a una paz duradera.