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Es que el Mercosur –o los restos que de él quedan– está que arde. No solo, desde luego, por la arbitraria suspensión del Paraguay, ni por el ilegal e ilegítimo ingreso de Venezuela al proceso de integración regional decididos en la Cumbre de Mendoza, hace prácticamente un año atrás.
Sucede que la relación comercial entre los socios mayoritarios, Argentina y Brasil, está pasando uno de los momentos más difíciles en la historia de los últimos 30 años. Y los desaguisados ya están comenzando a tener connotaciones de orden político.
El más reciente caso en la ya larga lista de conflictos es el registrado el pasado martes, cuando el gobierno de la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner decidió estatizar, sin ninguna compensación, las concesiones ferroviarias de la empresa brasileña América Latina Logística (ALL). La medida, obviamente, generó una ola de críticas en la opinión pública del Brasil y el lógico desagrado de sus autoridades.
Un tiempo antes, los brasileños decidieron la suspensión de un proyecto por valor de 5,9 billones de dólares destinado a explotar potasio en la provincia de Mendoza. Buenos Aires cuestionó la decisión, al tiempo de lamentar que en otra operación comercial, Petrobras haya determinado que no vendería sus activos en Argentina a un empresario cercano al kirchnerismo, Cristóbal López.
Las tensiones entre Buenos Aires y Brasilia quedaron al descubierto un poco antes, en ocasión de la última visita oficial efectuada en el mes de abril a la capital argentina por la presidenta Dilma Rousseff. En esa oportunidad, la mandataria brasileña no logró que su par argentina levantara o suspendiera temporalmente las ya tristemente célebres Declaraciones Juradas Anticipadas de Importaciones, que tanto perjuicio ocasionan a las exportaciones de todos los países de la región, en particular al Brasil, dadas las dimensiones de su sistema productivo e industrial.
En medio de esta crítica situación, altos exponentes de la influyente Federación de Industrias de San Pablo (FIESP) anunciaron estar preparándose para “liderar un movimiento para la reforma del bloque comercial”, destinado en parte –según explicaron sus voceros– a “librarse de Argentina y Venezuela como socios”.
Para intentar salvar las apariencias, y ver al mismo tiempo cómo se las arreglan para superar el difícil trance que supuso la suspensión del Paraguay de su seno, el Mercosur viene de anunciar la postergación de su próxima cumbre hasta una fecha a determinar tras la toma de posesión del presidente electo de nuestro país, Horacio Cartes.
A estas alturas, huelga decir que el Mercosur no pasa por uno de los momentos más auspiciosos ni fructíferos de su historia. La situación no será fácil de resolver, no solo por los graves problemas comerciales suscitados entre los dos socios mayoritarios, sino también por los severos conflictos legales originados con la suspensión del Paraguay y el ilegal ingreso de Venezuela al bloque.
Deja esto, pues, una lección importante a los paraguayos y, fundamentalmente, al próximo gobierno: no existen razones de peso que lleven a nuestro país a apresurar una decisión en torno a una plena reincorporación al Mercosur.
Demasiados son los asuntos que deben ser resueltos y es menester que, quienes los provocaron, tomen primeramente las medidas tendientes a reconducir el bloque antes de que se consuma definitivamente un proceso de completa descomposición de lo que alguna vez pretendió ser un modelo “exitoso” de integración regional. Es preciso analizar esta delicada coyuntura con toda la cabeza fría que sea posible. Como dijo alguien alguna vez, urge esperar.
acattivelli@abc.com.py