A poco de asumir el cargo, el presidente Santiago Peña llamó a una Cumbre de Poderes que condujo, al cabo de una segunda, a la presentación de un proyecto de ley que crea el Régimen Nacional de Integridad, Transparencia y Prevención de la Corrupción, que sentaría las bases de una política pública basada en la transparencia, la rendición de cuentas y la intervención ciudadana. Un encuentro como el referido es plausible siempre que responda al afán de buscar el bien común y no solo al de montar un espectáculo de cara a la opinión pública. Lo mismo cabe decir de uno como el realizado el pasado jueves entre el presidente de la República y los miembros de la Mesa Directiva del Senado y veintidós líderes de bancada, en su mayoría no colorados. En democracia, las reuniones entre altas autoridades políticas son necesarias para encarar con sinceridad y amplitud los problemas de un país, pero en el nuestro se ha hecho tradición que los gobernantes promuevan encuentros similares solo para dar una imagen de aperturismo, porque las supuestas buenas intenciones expresadas por los convocantes no se traducen luego en realidades.