En una escuela no muy lejos del río Paraguay, en una de las zonas más pobres de Asunción, una alumna cumplía durante el último intenso frío envuelta en una frazada con el ritual de asistir a clases. Apenas asomaba la nariz y por debajo se la veía tiritar. Tiene frío, y es lógico: el termómetro marcaba menos de 10 °C y su “aula” no tiene paredes, es solamente un tinglado por donde corre el viento. Lastimosamente, este caso no es una excepción. Imágenes parecidas se suelen ver a lo largo y a lo ancho del territorio nacional. En esta ocasión es el frío, otro día puede ser la lluvia y muchas veces el sofocante calor. Muy pocas escuelas públicas están en condiciones óptimas para estimular el desarrollo integral de los alumnos.