SALAMANCA. Es sorprendente cómo se pueden recordar ciertos sonidos; no digo los de una canción donde funcionan muchos elementos que nos ayudan a poder hacerlo. Me refiero a sonidos aislados que, en un momento dado, y por diferentes motivos, formaron parte de nuestra vida. Eso me sucedió al leer que el reloj de la iglesia de La Encarnación estaba dando de nuevo las horas con sus campanadas. Las escuché nítidamente: son dos sonidos: primero los que dan el cuarto de hora, la media y los tres cuartos. Luego, las que dan la hora fija. Por lo menos no las escuché durante cincuenta años, pero sí formaron parte de todos esos años que viví en aquel barrio y el sonido de las horas formaba parte de nuestra rutina diaria.