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El reloj está marchando de nuevo gracias al técnico Alejandro Kubina quien dijo que la maquinaria no tenía nada grave y solo era necesario hacer algunos ajustes para que echara a funcionar de nuevo. Y esto hace que la cosa suene peor porque quiere decir que durante cincuenta años el tema quedó en manos de la desidia, el olvido y el desinterés, tres elementos que han marcado el cuidado de nuestro patrimonio cultural que se va perdiendo día a día sin que a nadie le interese.
Aquellos toques de campana no solo ponían mojones en la vida diaria, sino era como una compañía que se escuchaba a varias cuadras a la redonda en una época en que el ruido del tráfico no era ensordecedor, en que las casas eran bajas y el sonido se expandía sin más barreras que los árboles y los naranjitos de las aceras que desaparecieron y, al parecer, son más difíciles de reponer que las campanadas del viejo reloj de la iglesia.
Como las esferas del reloj no tenían ningún tipo de protección, la que daba sobre la calle 14 de Mayo no era de confiar ya que dependía en mucho del viento: según soplase un fuerte viento del sur o del norte, las agujas adelantaban o atrasaban. Pero todos los vecinos ya lo sabíamos y nos fiábamos entonces de las otras dos caras.
La iglesia de La Encarnación no es una iglesia más de las que existen en la ciudad. Se trata de un monumento con larga historia y que fue cambiando de lugar según fueron cambiando las circunstancias. El primer asentamiento data de 1539 donde estuvo hasta 1543, edificada por el capitán Domingo Martínez de Irala según datos ofrecidos por Félix de Azara. El segundo asentamiento (1543-1697) fue en el lugar donde se hallaba anteriormente la casa fuerte y se la edificó por orden del gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca. El tercero (1697-1797) por disposición del Cabildo del 26 de marzo de 1697 se dispuso su traslado a unos cien metros de distancia, a la altura de la actual calle Palma y donde se ubicaba la capilla en ruinas de Santa Lucía. El cuarto (1797-1818) se mudó a la calle La Encarnación (hoy 15 de Agosto) y Presbítero Hernández (hoy Palma). El quinto (1818-1889) a causa de un derrumbe se debió trasladar al convento de los Dominicos de donde había sido expulsada por el doctor Francia y clausurado el convento. Sexto (1889 hasta la fecha) donde se encuentra actualmente, en una de las siete colinas que forman Asunción, la llamada Loma Volo Cue, sobre las calles Pilcomayo (hoy Eduardo Víctor Haedo), 14 de Mayo y Humaitá. Los planos fueron hechos por el arquitecto italiano Juan Colombo.
Dos observaciones: sólo la suma de todos estos datos ya justifica que esa reliquia reciba una atención especial pues no sólo es un lugar de culto, sino toda una referencia importante a la historia de nuestra ciudad. Segunda observación: la calle se llamaba Pilcomayo, ¿no les parece mucho más significativo que su actual nombre de Eduardo Víctor Haedo, un gesto de adulonería vil del dictador para congraciarse con el antiguo presidente uruguayo? Es un buen tema para pensar ya que nuestras calles están saturadas de nombres de generales, coroneles, capitanes, sargentos, cabos, “chabolai” que poco o nada nos dicen. Nuestras calles tendrían que decirnos algo sobre nosotros mismos y, sobre todo, no olvidar a nuestros héroes civiles que ellos también hicieron y siguen haciendo que este país sea significativo para sus pobladores.
Por último sería bueno desear que cada vez que la gente escuche estas campanadas piense no sólo en la hora, sino también en lo importante que es preservar nuestros bienes culturales porque son ellos los que amojonan nuestras vidas.
jesus.ruiznestosa@gmail.com