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En algún sentido, la administración Peña se parece a aquella de Raúl Cubas Grau (1998-1999). Ambos asumieron el poder por delegación y no por méritos propios.
Es imposible pensar que Raúl Cubas Grau hubiese llegado al máximo cargo de la República si no hubiera estado de por medio el Gral. Lino César Oviedo, que lo designó candidato a vicepresidente. Lo mismo ocurre con Santiago Peña, elegido por el expresidente Horacio Cartes para aspirante presidencial del Partido Colorado.
Ambos llegaron al cargo por la imposibilidad material que tenían los verdaderos detentadores del liderazgo. Lino Oviedo estaba preso y Cartes no podía ser candidato a la reelección por disposición constitucional.
Era una expectativa absolutamente vana creer que existía alguna posibilidad de que, una vez que asumiera el cargo de presidente, Peña iba a poder “independizarse” de Cartes o tomar vuelo propio.
Quienes pronosticaron eso, que no fueron pocos, a esta altura deben haberse dado cuenta de que su mal cálculo estaba basado en la falacia de creer que Peña era capaz de hacer un curso de pragmatismo político colorado en cuestión de meses.
Desde el principio Cartes asumió con Peña la lógica de una relación “patrón-empleado”. Apostó a la figura del economista, haciéndose cargo de los gastos del “negocio”, tomando además la precaución de candidatarse él mismo al máximo cargo partidario, lo cual le daba la posibilidad de ejercer un control efectivo de su “proyecto”.
Sin embargo, era obvio que este relacionamiento entraría en crisis más temprano que tarde. Era de esperar que Peña no podría cubrir todas las expectativas del dueño del circo, con el agregado de que debía enfrentar con su inexperiencia política a la voracidad de los dirigentes colorados.
Cuando el año pasado Peña armaba su gabinete, se dijo que solamente tuvo la posibilidad de colocar a cuatro personas de su confianza en distintos ministerios: Carlos Fernández Valdovinos en Economía, Lea Giménez como jefa de Gabinete, Rubén Ramírez Lezcano como canciller y Luis Fernando Ramírez, ministro de Educación.
De Lea Giménez se comenta que tiene los días contados en el cargo y que pronto irá como embajadora en Estados Unidos. Rubén Ramírez podría también irse el año próximo si prospera su candidatura para secretario general de la OEA.
Fernández Valdovinos es uno de los más presionados y con poco margen de maniobra, debido a los continuos pedidos de recursos de los políticos del gabinete. Ramírez malvive con los problemas de la educación y el manejo partidario que quieren darle los caciques de cada departamento del país.
En tanto, Horacio Cartes pretende dar la impresión de que no lo afectó ser señalado como significativamente corrupto por los Estados Unidos, pero la posibilidad de más sanciones que lo saquen del escenario político pende como una espada de Damocles sobre su cabeza.
En este escenario de incertidumbre, un gobierno débil, sin logros significados y sin rumbo cierto se apresta a cerrar su primer año de mandato.