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A fines de febrero de este año, partes del cielo raso del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias y del Ambiente (Ineram) cayeron sobre la cama de una anciana internada. Ahora se sabe, por boca del Dr. Jesús Irrazábal, jefe de Urgencias Pediátricas del Hospital Nacional de Itauguá, que los pacientes de ese nosocomio “están acostumbrados a que se les caigan ratones en el regazo mientras esperan” y que el sitio también está invadido por gatos, perros, moscas y cucarachas. Otras graves quejas se escucharon ayer en el Hospital General de Calle’i, San Lorenzo. ¡Lamentable!
Se ignora si las espantosas circunstancias mencionadas fueron constatadas por el presidente Santiago Peña y su esposa, Leticia Ocampos, cuando en febrero pasado visitaron “de sorpresa” el hospital de Itauguá, y lo hallaron, en general, en unas condiciones que les “dolió muchísimo”, según la primera dama. Por su lado, el jefe de Estado contó que “la infraestructura está muy deteriorada” y que faltan remedios y personal de blanco, y se comprometió a “cambiar esta realidad”. En la ocasión comentó que pidió a los ministros de Economía y Finanzas, de Salud Pública y Bienestar Social y de Obras Públicas y Comunicaciones que recorran las instalaciones para ejecutar “un plan de mejoramiento inmediato”, al tiempo de anunciar la construcción de un “gran hospital nuevo de referencia, que va a ser el más grande de la República del Paraguay”.
Evidentemente, la grandilocuencia presidencial no tuvo el menor efecto, pues todo sigue igual, tras siete meses de dichos anuncios. Probablemente porque los dichos y los hechos de los gobernantes suelen responder a una mera intención propagandística, no solo bajo el actual Gobierno, caracterizado por su triunfalismo. También se estila culpar al anterior de los males vigentes. Es muy cierto que los de la salud pública son de vieja data, pero la ciudadanía tiene derecho a esperar que los nuevos gobernantes trabajen mejor, sin pretextar la herencia recibida para seguir en lo mismo. Al asumir el cargo, Santiago Peña dijo que en salud pública se iban a “hacer bien las cosas”, pues allí “los errores o negligencias se pagan con vidas; por eso, no habrá una segunda oportunidad para los que fallen”. Se diría, pues, que el Dr. Miguel Ferreira, director general del Hospital Nacional desde noviembre de 2023, sí la ha tenido, pues en el caso de que le haya faltado dinero para limpiar el nosocomio de alimañas, debió haber solicitado a la Dra. María Teresa Barán, ministra de Salud Pública y Bienestar Social, que promueva una reprogramación o una ampliación presupuestaria. Es probable también que sus pedidos no hayan sido escuchados por la alta autoridad del sector.
Por cierto, la infraestructura sigue estando “muy deteriorada”, como lo evidencian los pisos y los techos rotos, cuya reparación aún demandaría un mes. Entretanto, el jefe de Estado ratificó el anuncio de la construcción del mayor nosocomio del país en el predio ocupado por el ruinoso de Itauguá, al que se sumarían otros seis. Es obvio que no basta con cortar una cinta inaugural para que un edificio público funcione como es debido, aunque deba admitirse que es muy útil para el autobombo.
Al cabo de más de un año de gestión, el Gobierno ni siquiera ha atenuado la cotidiana tragedia sanitaria. Dejando de lado las insuficiencias presupuestarias, provocadas muchas veces por la corrupción y el derroche, debe señalarse que las gravísimas carencias de la salud pública favorecen a los mandones de turno, expertos en el tráfico de influencias. Vale la pena recordar que, en 2021, el expresidente de la República y titular del partido gobernante, Horacio Cartes, exhortó en San Juan Bautista (Misiones) a dirigentes de su agrupación política a que sigan recurriendo al tráfico de influencias para que sus partidarios obtengan una cama en un hospital público, un derecho que se convierte así en un “favor” que se debe agradecer con el voto y con la adulación.
Es de desear que terminen las demostraciones para las fotografías y los anuncios grandilocuentes, y se atienda lo prioritario para la gente más humilde, aquella que no tiene padrinos, sin descartar, por supuesto, las grandes obras para el futuro.