Los indicadores confirman el “rebote económico” que se esperaba para 2023, con un crecimiento estimado en torno al 4,5%, menor del que se pronosticaba al principio, pero de todas maneras uno de los más altos de América Latina. Ello ocurre después de varios períodos de recesión o estancamiento, primero por la pandemia y después por la devastadora sequía que causó estragos en la producción agropecuaria. Es una buena noticia, que permite terminar el año con cierto alivio y otorga algún margen de maniobra al Gobierno que inicia su mandato. Ojalá se hayan aprendido las lecciones del pasado reciente y esta vez se evite el derroche y se aproveche el envión para fortalecer realmente las bases de una genuina y sostenible prosperidad a largo plazo.
El Banco Central del Paraguay informó que se registró un crecimiento interanual del 3,6% al término del tercer trimestre y un acumulado del 4,7% hasta ese momento del año, con lo cual ya se puede sostener que el nivel de actividad económica ha sido mucho mayor y que a la mayoría le ha ido mejor que en años anteriores.
Casi todos los sectores han experimentado una recuperación importante, empezando por la agricultura, que al tercer trimestre llevaba una impresionante expansión acumulada de 35,9%, lo cual provocó un impulso a todo el resto de la economía. Mostraron un desempeño positivo la industria manufacturera, agua y electricidad y los servicios en general, especialmente estos últimos, importantes como generadores de mano de obra, en áreas tales como servicios a los hogares, restaurantes y hoteles, servicios al Gobierno y a las empresas, agencias de turismo, consultorías, publicidad, comercio, intermediación financiera, transportes y servicios inmobiliarios.
En contrapartida, no le ha ido bien a la construcción, también intensiva en mano de obra, que viene acumulando fuertes resultados negativos, en particular en la primera parte del año por la desaceleración y falta de pago de obras gubernamentales; y tampoco a la ganadería, con desempeño mediocre o malo y con impresiones contrapuestas en el sector, al punto de que el titular de la Fundación Servicios de Salud Animal (Fundassa), Mario Apodaca, calificó el año como “fabuloso”, más que nada por el control de enfermedades y la apertura del mercado de Estados Unidos, mientras que el presidente de la Asociación Rural del Paraguay, Pedro Galli, lo consideró “desastroso”.
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Al margen de la visión particular de cada quién, en su conjunto la economía ha repuntado claramente. Al inicio del año los vaticinios más optimistas hablaban de un crecimiento del 10%. No se ha llegado a tanto, pero el 4,5% ubica al país tercero en América Latina según la Cepal, detrás de Panamá (6,1%) y Costa Rica (4,9%), y primero en el Cono Sur, con Brasil creciendo a un 3%, Bolivia al 2,2%, Uruguay al 1%, Perú y Chile apenas por encima de 0% y Argentina todavía lidiando con una aguda caída del -2,5%.
Salvo que ocurra algo muy imprevisto, no hay razones para pensar que la tendencia no se va a prolongar en 2024, en particular por las buenas a muy buenas perspectivas que una vez más se avizoran en el sector agrícola. Por un lado ello es motivo de justificadas esperanzas, pero por el otro plantea importantes desafíos. Como lo demuestra nuestra propia experiencia, la bonanza no siempre es buena consejera.
Paraguay ya atravesó un largo período de auge económico con los llamados “vientos de cola” provocados por los altos precios de los commodities agrícolas desde mediados de la década del 2000 hasta mediados de la de 2010, con tasas de crecimiento que llegaron al 14,5% durante el gobierno de Fernando Lugo, entre las mayores del mundo. Pero se administró mal y terminó en un extraordinario despilfarro, con pocos o ningún precedente en la historia económica paraguaya en tiempos de paz.
Todas las grandes reformas quedaron pendientes y con el Presupuesto 2012 se perdió el envidiable superávit fiscal debido a aumentos generalizados de sueldos de hasta 40% en el sector público. Desde entonces el déficit se ha vuelto crónico, lo que se ha agravado enormemente con la excusa de la pandemia, y el endeudamiento público pasó del 10% al 38% del PIB en tan solo una década. Si ello se hubiese utilizado en el desarrollo nacional habría sido distinto, pero Paraguay sigue estando entre los países con peor infraestructura de América Latina y más de dos tercios de los estudiantes de 15 años no comprenden lo que leen, según la última prueba PISA.
Muchos se apoyan en el keynesianismo a la hora de justificar la expansión del gasto público para estimular la economía, pero se olvidan de que el verdadero aporte de John Keynes fue el haber explicado el comportamiento de los ciclos económicos. Inevitablemente, a los ciclos de apogeo les siguen los de depresión y hay que actuar correctamente en ambos. En pocas palabras, ahorrar en las épocas de vacas gordas para poder responder en las de vacas flacas.
Este es un momento propicio para realizar reformas estructurales que mejoren los servicios estatales y el clima de negocios, y para hacer ajustes que restablezcan el equilibrio macroeconómico y aseguren la sostenibilidad fiscal. Cuando hay crecimiento económico, no solamente el impacto inmediato de esas medidas es menor, sino que es mayor la capacidad de la sociedad de absorber los beneficios y de captar las oportunidades. Si priman la sabiduría, el coraje y la honestidad en las autoridades, realmente a todos nos irá mejor.