Todos al llamado, una vez más, a la noble misión de la formación educadora. Educar es hacer patria, generar fraternidad y construir una sociedad cimentada en los valores de la ética y la moral. Que el presente año pedagógico-escolar sea fructífero y de jornadas halagüeñas.
La responsabilidad y creatividad hacen a la libertad: fuente de la felicidad. Esta no consiste en vivenciar solo «momentos», sino resulta un verdadero «estado espiritual» cuando ella proviene de la práctica constante de las virtudes. Los padres y profesores deben poner en práctica la pedagogía de las virtudes; y la expresión «pasa de grado» se convertirá en la mejor y más esperada noticia.
Aparentemente, la prepotencia suele ser el lenguaje del «ganador», sin embargo, tarde o temprano termina dicha actitud en lamentaciones. La pedagogía activa hogareña-escolar debe transitar con los valores de los buenos sentimientos. En este sentido, la ética y la moral son las auténticas fuentes.
Uno se pregunta qué sucedería si de improviso se retiraran los semáforos de las grandes ciudades, o, en el peor de los casos, no funcionaran correctamente. De seguro que se generarán un gran caos y las consabidas consecuencias. Y si la corrupción arremetiera de la misma manera contra las leyes, ¿que ocurriría? Sin dudas, ante este planteamiento, los padres, profesores y la comunidad educativa deben propender, propiciar una educación de respeto a las normas de convivencia.
En varios textos se encuentran muchos consejos relacionados a estas dos actitudes conductuales. La sabiduría se nutre de los valores, como la humildad, sensatez y mansedumbre. La necedad, sin embargo, se leuda con la soberbia, violencia y pedantería. Es necesario que la pedagogía de la sabiduría se instale en acciones de hogar y escuela.
Si nuestra conducta personal y social transitara dentro de las coordenadas del amor y la verdad, de seguro que seremos buenas personas. Estos principios paradigmáticos entronizan la felicidad. No hacer daño alguno ni que te lo hagan es la clave del bienestar placentero. En el hogar y la escuela deben vivenciarse estos paradigmas.
Paciencia, asistencia afectiva, creatividad y acompañamiento solidario conforman la malla pedagógica que genera el relacionamiento áulico y hogareño del proceso de aprendizaje del niño. Los padres y profesores deben comprometerse de facilitar el mejor ambiente afectivo para que los valores forjen la personalidad del niño con el consabido adagio: «Mente sana en cuerpo sano».
«Primero el deber, después el placer» dice el adagio, que bien puede ser aplicado al proceso del desarrollo físico, síquico y espiritual del adolescente. El estudio, trabajo y la recreación son el hábitat natural en esta etapa de la vida, en la cual el carácter, temperamento y la personalidad deben forjarse cual acero templado para el devenir de su plena realización como persona.