Con todo respeto a su investidura y muchos años de amistad, me permito discrepar con el nuevo presidente del Conacyt cuando afirma su preferencia de lo tangible sobre lo intangible para apoyar programas de investigación científica financiados por el Estado. Lo tangible lo relaciona con equipamientos y aparatos, “lo que queda” y lo intangible con “palabras, preguntas y papelitos”. Lo primero lo identifica con las ciencias formales y naturales, que prefiere, y lo segundo con las sociales, que, como a otros empresarios aunque no a todos por suerte, le irrita. Pero en la realidad de la actividad científica justamente ocurre lo contrario de lo que él afirma.
En las ciencias básicas el investigador intenta descubrir algún nuevo fenómeno de la naturaleza, sin otras pretensiones que avanzar el conocimiento existente. Las ciencias aplicadas requieren menos teorización, en general derivan de las básicas y se percibe tendrán un inmediato impacto social o económico. La mayoría de los grandes descubrimientos científicos provienen de las ciencias básicas, por lo menos en las áreas de las ciencias naturales y la biología. Los investigadores ganadores de premios Nobel casi siempre realizan este tipo de investigación.
La actividad científica es dependiente de la libertad académica, concepto posmedieval universitario que tercamente perdura, que presupone su creatividad. Comprende la libertad para nombrar y destituir profesores, seleccionar y calificar alumnos, elegir y validar temas y métodos de enseñanza e investigación, sin interferencias políticas, administrativas, ni religiosas.
El Conacyt es un organismo público privado de promoción de la actividad científica que por su accionar transparente y la creación estelar del Programa Nacional de Incentivo a los Investigadores Científicos (Pronii) ha ganado la confianza de la población.
Teorización y práctica han distinguido desde sus orígenes los modelos de universidad, y fueron cruciales en las revoluciones para delinear la universidad moderna. Primero, el modelo escolástico, con su priorización de la retórica, filosofía y teología, y luego, el humboldtiano, con la reflexión científica buscando leyes universales, no fueron suficientes para satisfacer las crecientes demandas prácticas del mercado. En este milieu ya en el siglo 18 aparecieron en Estados Unidos las instituciones de enseñanza pagadas fuera de las universidades clásicas, dirigidas a este último mercado; Benjamin Franklin fue un propulsor del modelo, y son las precursoras de las universidades con fines de lucro. Pero fue en 1976, con la aparición de la Universidad de Phoenix, en Arizona, Estados Unidos de América, autodenominada “for profit university”, donde se formalizó este nuevo tipo de universidad, que generaría la última revolución educativa a nivel superior. Con énfasis en disciplinas comerciales u otras de fines prácticos, docentes atípicos provenientes de las empresas, pago por hora, presencial y sobre todo a distancia, en horarios que permitan al estudiante económicamente vulnerable estudiar y trabajar, máxima eficiencia administrativa y sin investigación científica. Varias instituciones de ese país y del resto del mundo imitaron este modelo.
Desde la súbita y masiva aparición de las universidades lucrativas en el Paraguay hemos descrito sus características y advertido sobre sus consecuencias. El modelo comercial de docencia se inició en los Estados Unidos de América en la década del 80, estaba dirigido a sectores marginales de la sociedad, y a mucho menor costo que las instituciones universitarias tradicionales. Se produjo una ruptura con el clásico ethos escolástico-investigativo de la universidad. No más profesores ni alumnos a tiempo completo, no más clases solamente presenciales, no más investigación en las cátedras, no más salarios decentes a los maestros.
La facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Asunción, de tradición de excelencia profesional y en menor grado científica, ha iniciado un progresivo deterioro académico en los últimos 30 años. Esto afecta al país, que necesita de médicos bien formados profesional y científicamente. La profesión y la ciencia están conceptualmente cada vez más cerca.
Mientras que en países de tradición y cultura científica el número de investigadores nativos se ha estabilizado y aun disminuido debiendo compensar el déficit con estudiantes extranjeros, lo contrario está ocurriendo en aquellos de economía emergente o en proceso de desarrollo. El Paraguay es uno de los países con menos científicos en relación con su población aunque notamos un significativo incremento en los últimos años, gracias a programas como el Pronii del Conacyt. Pero el número es insuficiente y la calidad de la investigación es limitada. Por eso es importante realizar un esfuerzo deliberado para identificar vocaciones científicas desde temprana edad, acompañarlas, cuidarlas, alimentarlas hasta su florecimiento al finalizar un programa de estudios.
El conocimiento avanza a ritmo de vértigo, sus aplicaciones redefinen los escenarios de la vida cada día y las tecnologías de la información transforman el mundo entero, y en medio del regreso, en países como el nuestro, de tendencias retrógradas y conservadoras, temores y nacionalismos primitivos y xenofobias atávicas, la universidad latinoamericana enfrenta el complejo desafío de la globalización.
En sociedades democráticas donde no hay peligro de intrusión de fuerzas militares o políticas en asuntos de la universidad, la nueva concepción de la autonomía universitaria es equivalente a la libertad académica o libertad intelectual. Se reemplaza de esta manera la autonomía geográfica territorial o administrativa, importante previa visión escolástica de la autonomía. La libertad académica significa libertad para seleccionar a los alumnos que ingresan a la universidad, libertad para elegir los métodos de admisión y promoción de los profesores, para elegir los temas y métodos de enseñanza, y especialmente para elegir libremente los temas y métodos de investigación.