El nombre jopara no designa en realidad una lengua sino un continuum de lenguas mutante y sin normas que va desde el extremo de una estructura guaraní con préstamos del castellano hasta el polo opuesto de un castellano salpicado de guaraní, con una paleta virtualmente infinita de tonos intermedios.
De cómo y cuándo llegó la alegría a la poesía paraguaya habla el escritor Cristino Bogado en este artículo.
El sábado 11 de junio a las ocho de la noche estaba prevista la presentación del libro Lenguas de la poesía paraguayensis en un conocido bar del centro de Asunción, y allí se dirigió este humilde cronista, en calidad de corresponsal de guerra del único suplemento contracultural del Paraguay.
Durante una gran tormenta en Asunción, circularon en las redes sociales videos en los que se distingue desde lejos a un joven que arriesga su vida atravesando un caudaloso raudal para salvar a un niño. ¿Por qué lo hiciste?, le preguntaron después los periodistas. Buscando palabras para explicar lo inexplicable, «contaminando su casi químicamente puro guaraní», escribe la poeta anarquista Montserrat Álvarez, el joven Froilán Benegas respondió la pregunta.
¿Es la escritura de Roa Bastos en general, y en especial en Yo el Supremo, como se sostiene habitualmente, una reflexión sobre el lenguaje, o más bien una huida del lenguaje? ¿Huida del lenguaje paraguayo como realidad viviente? ¿Huida del confinamiento que esa marca idioléctica podría suponer? ¿Huida propia solo de Roa, o también de otros escritores (o representativa incluso de los prejuicios de amplios sectores de la cultura paraguaya)?