Común al arte y a la ciencia es la búsqueda de universalidad, mileu natural de las mentes geniales. Lo que piensan es nuevo y, por ende, de valor universal. No importa dónde ni cómo trabajan; geografía, dinero y métodos, meros accidentes del diario quehacer, no afectan su trabajo. Aun si recurren estratégicamente a materiales o temas locales, de su entorno y tradición, su producción tiene alcance mundial. Pero tales científicos y artistas son los menos. El trabajador diario de la ciencia (¿y del arte?) toma muchas veces concepciones ya definidas en algún paradigma de la ciencia central, que mejora o adapta a las posibilidades locales, o usa materiales indígenas, locales en su composición, diseño o cultura.