Theodor Meron acababa de salir del campo de concentración de Czestochowa cuando los juicios de Núremberg sentaron las bases para el desarrollo de una jurisprudencia internacional en materia de guerra de agresión, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad y para la creación de la Corte Penal Internacional (CPI), que ahora está en el ojo de la tormenta.
Hoy cumpliría 93 años Ana Frank, autora de uno de los libros más leídos en todo el mundo desde su publicación en 1947, testimonio directo de uno de los capítulos más oscuros de la historia del siglo XX.
La fascinante historia de Fritz Thyssen, el magnate alemán del acero que financió la subida de Hitler al poder y se arrepintió cuando ya era tarde.
Según los Archivos Federales de Alemania, Eduard Johann Roschmann, «El Carnicero de Riga», nació el 25 de noviembre de 1908 en el distrito de Eggenberg de la ciudad de Graz, capital del Estado Federado de Estiria. Y Asunción vio sus últimos días y su muerte.
En 1985, con su enorme documental Shoah, el recientemente desaparecido cineasta e intelectual francés Claude Lanzmann (Bois-Colombes, 27 de noviembre de 1925 - París, 5 de julio de 2018) inauguró una nueva época en la memoria activa del Holocausto. El film de Lanzmann, que ha vuelto universal esta palabra hebrea para designar el genocidio nazi de seis millones de judíos europeos, confluyó con otro movimiento epocal, que ganó impulso a fines de la década de 1960 y que hoy ha triunfado en las ciencias y movimientos sociales: a medida que todo relato histórico se vuelve ficción cada vez más discutida, la recuperada voz de las víctimas (o de sus portavoces) se torna fuente de una verdad cada vez más innegable. En sus diez horas de duración, sugiere Alfredo Grieco y Bavio este artículo, Shoah cuenta verdades, pero también ha creado un dispositivo para contar mentiras.
«He escuchado hablar del odio a los ricos; no sé si existe, pero sí me consta que existe el odio a los pobres», escribe Montserrat Álvarez.