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El sistema pergeñado por el cartismo consiste, básicamente, en que Peña se encarga de administrar las instituciones y cuentas del Estado y que Horacio Cartes, presidente del Partido Colorado, se encarga de “las cuestiones políticas”.
No hizo falta que pase mucho tiempo para comprobar lo obvio: esa separación de funciones no es posible, ya que ambas se cruzan y se afectan todo el tiempo y el único perjudicado, finalmente, es Peña, por ser quien está al frente de administrar el país.
En los pasillos palaciegos (hablando en lenguaje periodístico de antes) se comenta que el mandatario suele lucir nervioso y alterado el día o las horas posteriores a una de las periódicas reuniones del “Comando Político de Honor Colorado”.
Sabemos, por versión directa de quienes participan en estas reuniones, que en ese ámbito se toman decisiones políticas vinculadas al Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Para decirlo sin vueltas: allí se le baja línea a Santiago Peña sobre algunas cuestiones que debe ejecutar como presidente.
Es lógico suponer que el Mandatario no siempre está de acuerdo con lo que le dicen que debe hacer. De hecho, muchas veces expresó su disconformidad o desacuerdo con algunas cuestiones (algunas leyes importantes aprobadas en el Congreso), pero terminó avalándolas.
Sin embargo, la cuestión no es gratuita para él. Dirigentes y autoridades cartistas han incurrido en varias salvajadas antiinstitucionales en el presente periodo y Peña, seguramente, es consciente de que eso termina perjudicando la imagen de su gobierno en conjunto.
Continuamente, los discursos del Poder Ejecutivo sobre transparencia de la gestión, racionalidad del gasto público, apertura al diálogo, combate al crimen organizado y lucha contra la corrupción, entre otras proclamas, se estrellan contra revelaciones cotidianas referidas a desvío de fondos, despilfarro, imposiciones y vínculos directos con delitos graves por parte de conocidos personajes cercanos al círculo de poder.
Para cualquier persona, convivir con esta realidad de manera continua debe significar un gran desgaste en todo sentido, con consecuencias físicas y psicológicas. Tal vez eso explique la reciente descompensación de Peña durante uno de sus tantos viajes al exterior.
La cuestión es que se ha cumplido poco más de un año y tres meses de este periodo y se avecinan meses de mucha presión política. La estrategia de culpar de todo lo que no se hace o se hace mal al gobierno anterior perderá credibilidad ante una ciudadanía que exigirá resultados.
También el año próximo, que está a la vuelta de la esquina, comenzarán los tejemanejes políticos con vistas a las elecciones municipales. Es seguro que habrá cambios obligados en el gabinete por cargos que se negociarán a cambio de pases y traiciones de ocasión.
Si Peña se ve agobiado por esa coyuntura, evidentemente, el cartismo no tendrá miramientos para seguir adelante con sus planes con cualquier otro personaje en el sillón de los López.