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Casi ya no hay en los partidos tradicionales esa clase de dirigentes. Los que quedan son relegados en beneficio de personajes cuyo “mérito” es su poder económico o su habilidad como operadores para juntar votantes los días de elecciones.
Un intelectual de buena formación cultural, principios y honestidad dentro de un partido político paraguayo es un personaje peligroso, al que más bien hay que evitar o combatir porque hasta sería capaz de evidenciar la mediocridad y la sinvergüencía de sus propios correligionarios.
Fernández Arévalos, en los primeros tiempos de nuestra democracia, allá por 1993, cuando era presidente del Senado, conducía su modesto Escarabajo azul para llegar al Congreso y hubo que convencerlo más adelante para que utilice, por motivos de seguridad, un vehículo con chofer.
La mayoría de quienes lo sucedieron gustaban de hacer ostentación y, apenas asumían el cargo, hacían comprar al Estado la camioneta más lujosa para trasladarse, con aire acondicionado y acompañados de una caravana de motos, patrulleras y custodios, que los mantuviera lo más distante posible de la realidad cotidiana.
Fernández Arévalos mantenía una sobriedad y dignidad en la conducción de las sesiones y en el ejercicio de su cargo en general, que hacían impensables los espectáculos bochornosos que se verían en los siguientes periodos. Su presencia y su personalidad hacían plausible el calificativo de “honorables” que ahora ostentan algunos que ni siquiera saben el significado del vocablo.
En las cámaras legislativas de los últimos lustros casi ya no se debaten ideas, ni principios ni políticas de Estado. Se escuchan más bien diatribas, insultos, peroratas y se montan escenas más propias de un espectáculo circense destinado a hacer reír o generar burlas del auditorio.
El actual presidente del Senado, el neocartista Silvio “Beto” Ovelar, consultado sobre los motivos de la baja calidad intelectual y moral de los representantes actuales en el Congreso, pretendió generalizar la responsabilidad, incluyendo a la prensa, a la que acusó de darles más espacio a los escándalos que al debate de ideas.
Pero no son periodistas quienes vociferan desde sus curules y llegan hasta a agresiones físicas en el plenario. Mal haría la prensa en ocultar la conducta pública de los legisladores.
Y quienes premian con cargos ministeriales o consejerías en los entes binacionales a estos mismos personajes que dan vergüenza ajena con su conducta, no son medios de prensa sino los “líderes” que administran el país y prometen el bienestar a la ciudadanía en campaña electoral.
La manifestación de Ovelar pretende ocultar la opción de algunos dirigentes, en particular del Partido Colorado, de renunciar a los principios y a su lucha para ponerse al servicio de personajes poderosos, de oscuros antecedentes, que se apoderaron de sus agrupaciones políticas.
A estos nuevos “líderes” que los dirigentes políticos ayudaron a encumbrar poco les importan la moral, la ética, la honestidad y, por eso, prefieren rodearse de serviles, adulones y juntavotos antes que de molestosos intelectuales.