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Los recientes comicios internos probaron que a un porcentaje del electorado, especialmente al más fanatizado, no le conmueven las denuncias de corrupción con pruebas documentadas. Es posible que la necesidad, la desesperación, la desinformación, el odio o la ambición ilimitada les cierre a algunos toda posibilidad de razonar.
Vistas las denuncias de fraude y aceptando su credibilidad, concluimos que cuesta saber cuántas son realmente las personas que en Paraguay eligen a los candidatos y cuántas son solamente números de cédulas que abultan los resultados.
Es responsabilidad de la dirigencia que quiera salvar nuestra democracia establecer controles cada vez más estrictos para minimizar las trampas que aún abundan en nuestro sistema electoral.
La posibilidad de una paulatina debacle institucional en nuestro país y la próxima instalación de un gobierno semidelictivo, bajo la máscara de un “poderoso empresario” como tutor, parece preocupar, hasta ahora, más a los Estados Unidos y a países de la región, que a una gran parte de la población cuyas inquietudes pasan por la sobrevivencia diaria.
Esos mismos sectores, a su vez, ven cada vez más difícil un ascenso social, en el marco de un feroz ataque a la educación laica y científica por parte de grupos de ultraderecha que tratan por todos los medios de cercenar derechos básicos de la ciudadanía, conquistados luego del fin de la dictadura stronista.
La reacción del cartismo y del oficialismo colorado luego de su disputa electoral plagada de acusaciones de corrupción, vínculos con el crimen organizado, el lavado de dinero y varios otros delitos, además del mote de “traidor”, prueba claramente que nada de esto les importa en realidad a la mayoría de ellos.
O las acusaciones no tenían sustento y solo eran combustible electoral o eran todas ciertas y, por eso mismo, necesitan de un acuerdo de impunidad. La segunda alternativa es la más razonable de creer.
Ahora, el único objetivo real es la continuidad en el poder. Esa imperiosa necesidad de ganar en abril, porque están en juego cuestiones que van más allá del poder político, hará que dejen de lado cualquier escrúpulo, como ya se vio en las recientes internas. Sin embargo, esa misma predisposición es parte de su debilidad, al resultarles difícil establecer sus propios límites.
Fuentes coloradas señalan que el flamante candidato presidencial cartista, Santiago Peña, es consciente de que, a mediano y largo plazo, no le conviene la cercanía de Horacio Cartes y que, en caso de ser electo presidente, iniciará una operación de paulatino desapego.
Sin embargo, conociendo a los actores y el escenario político que se viene, esa versión solamente puede tomarse como un anuncio de inestabilidad importante.
Otra tarea pendiente y muy importante de la dirigencia política paraguaya, al menos de aquellos que tienen buenas intenciones, es pensar en cómo dejar de depender de intervenciones externas para evitar que nuestro país se dirija a pasos agigantados hacia una narcocracia o una plutocracia que, de hecho, está en ciernes y cuya consolidación será una desgracia para la mayoría de la gente.