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“Mboriahúnte ko yvy ári ojapóva naiporãi, ha omanórõ, ni yvyguýpe mboriahúgui nahendái (Solo lo que hacen los pobres no está bien en la Tierra, y cuando mueren, por ser pobres, ni bajo la tierra tienen lugar)”, dice crudamente Teodoro S. Mongelós en su obra Ha Mboriahu, a la que Vocal Dos le dio magistralmente vida.
Así son los mboriahu que viven en las calles porque ya no tienen cabida en ningún lugar. Hay entre ellos personas que perdieron sus familias o perdieron el apoyo de ellas, hay que se convirtieron en adictos a bebidas alcohólicas; hay niños y adolescentes que para evadir el hambre comenzaron a consumir cola de zapatero y ahora consumen chespi, hay personas con problemas de salud mental, hay niños, adolescentes indígenas, que se alejaron de sus comunidades y viven solos en las calles del centro de Asunción. Están los mboriahu que la sociedad trata como escoria, con miedo, que si los ven venir en una noche oscura, cruzan la calle por temor, que si se acercan a sus coches, les cierran la ventana por la cara.
En las noches de mucho frío, o sea, si es que hacen diez grados para abajo, el Gobierno habilita albergues para los mboriahu. Pero siempre inoperante, le pone trabas a la ayuda. Para acceder al techo con camas, comida, ducha caliente y cortes de pelo que ofrece la SEN, hay que ser adultos sobrios y “blancos”. Los indígenas y personas bajo efecto de estupefacientes, no se aceptan. Además, la SEN solo tiene este tipo de albergues en Asunción, porque para las autoridades el país sigue terminando en calle última y los mboriahu del “interior” no les importa siempre que no lleguen a la capital a protestar.
Después, siempre en Asunción, hay otro albergue que es del Indi y funciona en un cuartel. Ahí pueden entrar hombres, mujeres, niños y adolescentes, pero solo si son indígenas. En Ministerio de la Niñez, entretanto, tiene un albergue para niños “blancos” en situación de vulnerabilidad, otro para niños indígenas y otro para niños y adolescentes indígenas que estén bajo efectos de estupefacientes.
Pero resulta que hay mboriahu que son, simplemente, mboriahu, que ya no son parte de una comunidad indígena, pero tampoco son “blancos”, y que viven en situación de extrema pobreza, aunque no “aplican” para una ayuda u otra.
Estos son nuestros mboriahu, que duelen en el alma. Los miserables, a los que hace alusión el título de este comentario, son quienes ostentan el poder, manejan los recursos públicos y etiquetan a las personas a las que están obligadas a ayudar. Para aliviar sus conciencias, hoy irán a misa a absolverse de pecados y esta noche, sentados al lado de su chimenea, irán planificando estrategias de campaña política para seguir atornillados en sus puestos, empobreciendo más al mboriahu, mientras crece el contenido de sus miserables bosillos.