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El virus que golpea con fuerza a todo el país ha causado estragos al personal de enfermería, que tras largas horas de guardia debe volver a sus hogares tomando todas las precauciones; en su mayoría madres que regresan a sus casas y evitan obsesivamente el contacto con hijos y parejas para cuidar la salud de sus seres queridos.
“La labor de enfermería es fundamental en estos momentos tan difíciles, principalmente para las madres que deben tomar cuidados extras con sus hijos para evitar cualquier exposición”, comenta la licenciada Mirtha Gallardo, presidenta de la Asociación Paraguaya de Enfermería (APE), quien menciona que de las 16.500 enfermeras registradas en el país, solo 765 no tienen hijos.
Lamenta que muchas de estas madres ya no estén con sus hijos, familias ni amigos ya que a la fecha son 59 sus colegas profesionales fallecidos a causa del covid.
Sensibilidad humana
“La enfermería es un trabajo muy delicado que requiere mucho de uno mismo, que tiene en demasía que ver con la sensibilidad humana. En este momento, la labor de cuidar la salud y ser madre es difícil, pero no imposible. Intentamos siempre dejar en el hospital todos los problemas que tienen que ver con la salud; dejar atrás todo lo que se pasa en la guardia por la falta de elementos de trabajo para llegar a la casa renovada y cumplir el rol de mamá”, añade la licenciada Dora Resquín, enfermera asistencial en el Instituto de Previsión Social (IPS) hace 28 años y en el Hospital de Clínicas hace 12 años.
Aunque su única hija ya tiene 22 años, la tarea de ser madre es eterna, por lo que siempre está pendiente de sus actividades y buscando tiempo de calidad entre ambas.
“El trabajo hospitalario nos obliga a las madres a tomar excesivos cuidados para evitar que nuestros hijos se expongan al virus. Yo me contagié, tiempo en que protegí a mi hija minuto a minuto tomando todos los recaudos”, señala.
Así como ella, la licenciada Ylirica Cabañas, que también trabaja en dos hospitales públicos, expresa que actualmente la profesión “es muy sacrificada”, ya que además de las largas horas de trabajo y cuidado de los demás se ven obligadas a estar alejadas de sus hijos y tomar medidas necesarias para no exponerlos al coronavirus.
“Actualmente, las que somos enfermeras y tenemos hijos, debemos realizar otro rol más que es el de ser docentes en nuestras casas”, menciona.
Desde el inicio de la pandemia, miles son las enfermeras y madres que regresan a sus hogares luego de un día o una noche de ajetreada guardia y lo único que desean es abrazar a sus hijos, porque ellas son: mamás sin turnos.
Verdaderas heroínas de cuerpo y espíritu
Amalia Ibars (42) lleva 25 años ejerciendo la profesión de enfermera. Ella vive con sus tres hijos, de 23, 18 y 14 años, y un nietito de 3 años. “El cariño inmenso de ellos me hace pasar todo cansancio, el dolor, las penurias, porque emocionalmente nos trabaja muchísimo todo lo que estamos viviendo”, cuenta ella, entre sollozos.
Es jefa de Enfermería del Pabellón 2 de Contingencia Covid en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias y del Ambiente (Ineram). Para asistir a pacientes en aislamiento, ventilados, con alto flujo y lúcidos, pero con dificultades respiratorias, Amalia y sus compañeras deben usar trajes de protección especial y extremar cuidados. En la medida en que extienden sus manos para aliviar a los enfermos, también piensan en quienes les esperan en sus casas.
Desde sus primeros años de vida profesional cuenta con el amparo de su propia mamá, Lucía Salinas (62), “mi heroína mayor”, quien estuvo internada esta semana por un cuadro de covid-19. Amalia cuenta muy feliz que su mayor recompensa por el trabajo que viene realizando en pandemia es que su madre sea dada de alta.
La propia Amalia también tuvo covid, junto con sus compañeros de guardia, el año pasado. Entonces se aisló en su habitación y fueron sus hijos y su mamá quienes la cuidaron, pero a ninguno contagió y se recuperó sin contratiempos.
Para prevenir que haya contagios de covid, explica Amalia que en su casa “hace un año que no compartimos la bombilla, los vasos son descartables, se usan y se tiran, por precaución, para cuidarles. Eso ya se volvió costumbre en la casa, cada uno tiene un táper con su nombre y ahí deja sus utensilios. Todos estamos acostumbrados a las medidas de seguridad, hasta Mateíto, mi nieto, que tiene su barbijo, su alcohol, y cuando sale ya pide el tapabocas”.
Al filo de la muerte y la esperanza
Amalia detalla que durante su trabajo es muy duro ver cómo fallecen los pacientes y cómo ocurre a veces dentro de un mismo núcleo familiar. “Llegamos a tener un paciente que debía salir de alta y no tenía un familiar que le reciba, porque todos murieron”, cuenta al borde del llanto. “Es muy fuerte. A veces ingresa un allegado a ver a un paciente; ingresa con una sonrisa única, deseándole toda la fuerza a su familiar, pero con un dolor único adentro, porque se le acaba de morir otro pariente”, relata.
Cuando los pacientes salen de alta, las enfermeras experimentan la mayor alegría. “Los familiares les preparan una sorpresa, les llevan en caravana. Y el paciente, que estaba en malísimo estado, sale caminando, inclusive. Y te agradece, lleva nuestro nombre en mente. Después de estar un mes intubado, el día que sale el paciente, sale hablando y dice, ‘Gracias Amalia’. Eso no tiene precio. Es un logro maravilloso”, cuenta Ibars.
En medio de la actual coyuntura, Amalia extiende el saludo por el Día de las Enfermeras y el Día de las Madres a todas las madres que son enfermeras y pide “a las mamás grandes, su bendición, que para nosotros es sagrada. Y a todas las mamás que perdieron a sus seres queridos, mucha fortaleza. Y mucha fe en Dios”.
Aliviar el dolor de la gente
Con dos niños pequeños, Gina Bobadilla (34) es enfermera hace once años. Hoy trabaja en el Hospital Distrital de Lambaré. Cuando tuvo covid-19 hizo cuarentena en otra casa para no contagiar a sus pequeños. “Ellos son mi vida”, asegura al afirmar que su otra pasión es la enfermería; “aliviar el dolor de la gente”.
Los hijos de Gina son Alex, de 3 años, y Adriana, de 9 años. Desde que entra al servicio de enfermería hasta que sale, “todo el tiempo pienso en ellos. Y me cuido el doble, el triple”, afirma y explica que este trabajo les produce un gran cansancio físico, pero también emocional, psicológico.
Mientras Gina trabaja, los dos niños reciben el mejor cuidado del mundo, el de su abuela Silvana Colmán.
“Cuando terminamos nuestra guardia, en el hospital nos bañamos, nos desinfectamos, nos ponemos nuestra ropa de calle. Y al llegar a la casa yo vuelvo a bañarme y lavo mi ropa separada del resto. A mí me da miedo que ellos se acerquen antes, pero mis hijos saben, se mantienen lejos hasta que me bañe y me cambie de ropa. Después nos saludamos”, explica.
Bobadilla es la única en su casa que contrajo covid-19. Cree que se contagió en el hospital y se dio cuenta el día que compró un cocido y una chipa y no sintió el sabor. Se realizó el test que dio positivo. “Me aislé en la pieza y al día siguiente me fui a otra casa. Y ahí me quedé sola para no contagiar a mis hijos. No me dolió nada, sólo perdí el gusto y el olfato, pero trabaja mucho psicológicamente; yo tenía miedo de que ellos se contagien o que en algún momento me agarre mal”, cuenta. Por fortuna a nadie más de la familia le dio positivo.
Con todo, Gina Bobadilla sigue trabajando como enfermera. Lo hace “para ayudar a la gente que está en el hospital, para aliviar su dolor. De lleno me dedico a ayudarles, aunque implique en mi casa cuidarme mucho para estar con mis hijos”. Así también piensa la enfermera que “en algún momento mis familiares pueden estar internados. Y yo quiero estar ahí”.
La dedicación, la fuerza para seguir trabajando, proviene de sus hijos. “Ellos son mi vida”, repite la valiente enfermera Gina Bobadilla.
ncano@abc.com.py / mariana.ladaga@abc.com.py
Fotos: ABC Color/Marta Escurra/Antonia Delvalle/Gentileza.