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Y lo mismo es cuando acude a Rusia a presenciar la final del campeonato de fútbol y se encarama en el buró del palco de prensa dando brincos como un poseso al ganar su equipo. O cuando en la premiación bajo la llovizna parece un pollo mojado junto a Kolinda, la despampanante presidenta de Croacia. O cuando pone tieso a un muchacho que lo tutea cuando anda de populista por la calle haciéndose querer. O cuando se enfunda en esos pantalones pistolita. O cuando trata de darle un halón cariñoso al gigante Donald Trump al estrecharse la mano y el halado resulta ser él y trastabilla y casi se cae.
El desastre esta vez fue peor que eso. En la reunión de París para celebrar el armisticio que puso fin a la primera guerra mundial se permitió arengar a los miembros de la Unión Europea a crear un ejército propio, exclusivamente europeo, para enfrentar las posibles amenazas de Rusia, China y… ¡los Estados Unidos!
¡Pero, hombre, por Dios, que fueron los Estados Unidos los salvadores de Europa! Los que pusieron fin no a una guerra mundial, la primera, lo que precisamente se conmemora ahora, sino a otra más, la segunda, salvando a los europeos de la peste parda fascista, y luego gracias a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) salvaron de nuevo a los europeos de la peste roja comunista.
¡Pero por los clavos de Cristo, que buena parte de los países integrantes de la OTAN siguen sin meterse la mano en el bolsillo para contribuir con su parte alícuota al presupuesto militar! Siguen con una reuma en el brazo que mete miedo, a pesar de los varios recordatorios de Washington. Y la que corta el bacalao en la Unión Europea, Angela Merkel, otra que tal baila en la determinación de acabar con lo que vale del viejo continente, dice que sí, que claro que sí, que hay que construir una fuerza militar creíble exclusivamente europea.
Cuando Trump escuchó lo del ejército europeo como defensa para una posible agresión estadounidense elevó la vista, cogió aire y al fin dijo: “Muy ofensivo”. Y en lugar de disculparse, Macron aseguró poco después que los aliados se deben respeto. Eso cuando, por el centenario que se celebra, se han vuelto a ver mil veces los impresionantes cementerios de soldados yanquis en Francia.
La popularidad de Angela Merkel sigue cayendo en picado. Bien merecido lo tiene, aunque ya nadie puede quitarle lo bailado, sus grandes éxitos como canciller germana y figura europea más poderosa. Lo del pobre Emmanuel Macron es más triste porque su elección, siendo más reciente, no impide que su popularidad se deshaga con mayor rapidez debido a una economía que no progresa, al aumento alarmante de los crímenes de odio y el tornillo que parece haberse zafado en el cerebro de monsieur le président.
No sé si está a tiempo todavía porque, entre tantas metidas de pata, se puso en disquisiciones semánticas acerca del significado de nacionalismo y patriotismo, pontificando, Dios le devuelva algo de cordura, que son conceptos diametralmente opuestos. Se afirma que la lengua francesa es la más dulce y hermosa del mundo, pero si se hacen cargo de ella gabachos así pronto no servirá para maldita la cosa. [©FIRMAS PRESS]
*Analista político