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El resentimiento de Horacio Cartes que buscará venganza, las ambiciones postergadas y apenas disimuladas de varios dirigentes colorados que respaldan a Abdo (o dicen hacerlo) y una ciudadanía con la decepción a flor de piel, sumida en el hartazgo, acechan al nuevo gobierno.
De entrada, tiene un enemigo declarado e irreconciliable: el cartismo. Sus dirigentes ni siquiera se ocupan en disimularlo. No acudieron a la ceremonia de asunción del presidente.
En sus últimos discursos públicos como mandatario, Cartes destiló hiel y rencor contra el nuevo presidente. El ahora exmandatario, incapaz de autocrítica, acusó de traición a Abdo y lo responsabilizó directamente de que no lo hayan dejado jurar como senador electo.
De forma directa y también a través de intermediarios, Cartes le echó en cara a su sucesor, cuantas veces pudo, que no hubiera ganado las elecciones sin el respaldo de Honor Colorado, afirmación que observadores imparciales consideran, como mínimo, discutible.
Muchos creen que el escaso margen favorable que tuvo Abdo sobre Efraín Alegre en las elecciones de abril pasado, pese a que las encuestas auguraban una holgada diferencia, se debió a su acercamiento al cartismo durante la campaña, cuestión que generó desconfianza en el electorado independiente.
A favor de Abdo Benítez juega el hecho que Cartes, dado su desprestigio, difícilmente podrá hacer una campaña abierta en su contra, aunque no perderá la ocasión de ponerle trabas desde las sombras.
El nuevo mandatario deberá lidiar también con las ansias postergadas de algunos de sus correligionarios que, en gran número, ven en él a un compinche que abrirá de nuevo el grifo de los cargos y el dinero público.
Aunque el mandatario esté empeñado en dar una buena imagen, le será difícil controlar la sed de poder postergada de unos y la costumbre inveterada de otros de disponer del dinero público para su propio provecho.
Esto lleva a la tercera cuestión: el hartazgo ciudadano. El nivel de tolerancia de la gente respecto a los actos de corrupción y los desatinos de las autoridades políticas es muy escaso.
El nuevo mandatario está obligado a mostrar resultados de su gestión en el mediano plazo a riesgo de ganarse la imagen de incompetente y, al mismo tiempo, no deberá caer en la tradicional práctica de repartir cargos o dar beneficios para obtener respaldo a sus iniciativas. En el discurso, parece obvio que no debería hacerlo pero, en la “realpolitik”, será muy difícil cumplirlo.
Las circunstancias de no tener mayoría propia en el Congreso, de no tener el control de la estructura en su partido y de no haber triunfado por una mayoría aplastante como presagiaban sus impulsores, lo obligan a tener que justificarse y construir poder siendo presidente.
En su mismo partido, hay muchos dirigentes que creen que el novel mandatario carece de “uñas de guitarrero” y no sería una novedad para ellos que se meta en dificultades tempranamente.
Abdo Benítez tuvo la fortuna de estar en el lugar adecuado en el momento justo. Cuando la estrella de Cartes comenzó a declinar, logró colocarse como la alternativa posible de recambio en un Partido Colorado huérfano de liderazgos creíbles.
Pese al escepticismo y la desconfianza de algunos, fue consolidando su figura. La prepotencia y ceguera política de HC hizo el resto.
Ahora, convertido en presidente, deberá demostrar que hay algo más en él que la serie de acontecimientos afortunados que le permitieron llegar hasta donde está.
mcaceres@abc.com.py