El caso Senad-DEA sigue siendo tan oscuro como al comienzo

El cese de la cooperación entre la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad) y la Administración de Control de Drogas (DEA), de Estados Unidos, dispuesto el 6 de diciembre por el órgano dependiente de la Presidencia de la República, y revertido once días después tras una dura respuesta estadounidense, constituye quizá el episodio más vergonzoso protagonizado hasta hoy por un Gobierno que tiene por hábito cometer graves torpezas político-administrativas, como si le faltaran tanto el sentido común como el del ridículo. El secretismo del disparate inicial llegó al punto de que la opinión pública supo del mismo gracias a una noticia del diario The Washington Post, reproducida en nuestros medios. Es lamentable, pero el caso continúa tan oscuro, por lo que es como para pensar que Santiago Peña ya se ha acostumbrado al ridículo.

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El cese de la cooperación entre la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad) y la Administración de Control de Drogas (DEA), de Estados Unidos, dispuesto el 6 de diciembre por el órgano dependiente de la Presidencia de la República, y revertido once días después tras una dura respuesta estadounidense, constituye quizá el episodio más vergonzoso protagonizado hasta hoy por un Gobierno que tiene por hábito cometer graves torpezas político-administrativas, como si le faltaran tanto el sentido común como el del ridículo.

El secretismo del disparate inicial llegó al punto de que la opinión pública supo del mismo gracias a una noticia del diario The Washington Post, reproducida en nuestros medios. En la apresurada conferencia de prensa del 7 de diciembre, el ministro del Interior, Enrique Riera, reiteró que “la DEA no se va”, porque en adelante colaboraría con la Policía Nacional (PN), cuyo comandante, comisario general Carlos Benítez, se enteró de lo proyectado solo a través de la prensa (!). El presidente Santiago Peña confirmó luego que la cooperación continuaría, como si para el Gobierno estadounidense fuera indiferente el organismo con el que trabaje en adelante.

Y bien, el 17 de diciembre, el mismo día en que el ministro de la Senad, Jalil Rachid, pidió a la DEA que ignore su primera nota, la entidad antidrogas estadounidense se permitió informarle que la cooperación concluirá el 6 de marzo de 2025, tras un proceso administrativo que incluye recuperar los equipos proveídos por ese país.

Dicho plazo se ajusta al preaviso de noventa días, dispuesto en el memorando de entendimiento firmado por cinco años el 11 de marzo de 2022 con la Senad, el Ministerio Público y la PN. Parece increíble, pero el secretario del Consejo de Defensa Nacional, Cíbar Benítez, para quien “la presencia de la DEA es fundamental para la lucha contra el narcotráfico”, informó que Jalil Rachid ignoraba la existencia de tal convenio, por no hallarse en los archivos de su institución, tal como lo expresó el mismo jefe de la Senad en su nota a la DEA. Esto significa que vino colaborando desde el 16 de agosto de 2023, sin conocer un documento fundamental para el efecto. Pero habría que encontrar un chivo expiatorio, si es posible en el Gobierno anterior, y quién mejor que su antecesora en el cargo, Zully Rolón, de quien dijo que firmó el convenio “así nomás”. Está visto que al titular de la Senad no se le ocurrió hablar con ella sobre cuestiones cruciales como esta, antes o inmediatamente después de asumir el cargo.

Como si todo fuera poco, Jalil Rachid tuvo el desparpajo de afirmar más tarde en su descargo que “si en mi institución no existe archivo relacionado con eso, no existe” (!), de modo que no tendría por qué haber consultado con las otras entidades firmantes. Así de simple, así de absurdo: lo que él no ve, es inexistente. Dijo más el desatinado jefe de la Senad: “Si yo decido abrirme de esa cooperación es una cuestión mía: no porque tengamos un convenio de cooperación significa que no pueda cuestionar o separarme de esa cooperación” (!). En otras palabras, se arroga la potestad de rescindir por su cuenta un memorando de entendimiento con un organismo extranjero, como si fuera un asunto personal. A decir verdad, habría hablado al respecto con Santiago Peña, quien se mostró de acuerdo con su iniciativa, según dijo.

Aunque esté insatisfecho con la cooperación, Jalil Rachid concluyó así su ignominiosa nota del 17 de diciembre: “Valoramos profundamente la cooperación de nuestro aliado estratégico y reafirmamos nuestro compromiso de intensificar el combate contra el tráfico de drogas y delitos conexos”. ¿No le avergüenza aparecer ahora como un mentiroso o como un incoherente de tomo y lomo? Es improbable que la DEA lamente que no haya vuelto a tener contacto con este personaje, que ya debería haber renunciado al cargo que enloda si tuviera una pizca de dignidad.

En cuanto al Presidente de la República, debe dar cumplidas explicaciones a la opinión pública acerca del despropósito que ridiculizó a su Gobierno: ¿también él alegará que no sabía de la existencia del memorando de entendimiento? Su responsabilidad política es innegable, aunque la iniciativa pudo haber provenido de un poder fáctico. Entretanto, dio su apoyo a Jalil Rachid, se lanzó contra los medios de prensa por “tratar de construir un relato que no va a perdurar” y dijo que buscará la colaboración internacional, haciendo “respetar la soberanía del Paraguay”, como si ella sería afectada por la cooperación de la DEA con la Senad, pero no así con la PN.

No es de extrañar, sin embargo, que Santiago Peña le dé su apoyo a Jalil Rachid, pues, como la Senad depende directamente del jefe de Estado, es impensable que su subordinado haya adoptado por sí mismo el cese de una cooperación internacional, y ahora tiene que dar la cara por él, apareciendo como el malo de la película.

Es lamentable, pero el caso continúa tan oscuro, por lo que es como para pensar que Santiago Peña ya se ha acostumbrado al ridículo.

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