Ovaléma Mercosur y la Unión Europea

El 6 de diciembre se anunció con bombos y platillos en Montevideo el “fin de las negociaciones” del acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. Cualquier desprevenido se podría unir a la algarabía si no supiera que este mismo anuncio se hizo ya varias veces en una negociación que lleva más de 25 años, y si se dejara engañar por los falsos motivos que se esgrimen para explicar su eterna postergación. Por mucho que lo quieran maquillar, el verdadero telón de fondo es que el sector agropecuario europeo no puede competir con el nuestro, ni siquiera con todas las cláusulas ambientales que quieran incluir, que no son más que cínicas excusas. Este acuerdo probablemente nunca será ratificado y, si lo es, jamás será cumplido. Por el momento, para lo único que sirve la Declaración Conjunta de Montevideo es para tirarle un salvavidas político al moribundo Mercosur y para darle un poco de nuevo oxígeno a unas tratativas interminables.

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El 6 de diciembre se anunció con bombos y platillos en Montevideo el “fin de las negociaciones” del acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. Cualquier desprevenido se podría unir a la algarabía si no supiera que este mismo anuncio se hizo ya varias veces en una negociación que lleva más de 25 años, y si se dejara engañar por los falsos motivos que se esgrimen para explicar su eterna postergación. Por mucho que lo quieran maquillar, el verdadero telón de fondo es que el sector agropecuario europeo no puede competir con el nuestro, ni siquiera con todas las cláusulas ambientales que quieran incluir, que no son más que cínicas excusas. Este acuerdo probablemente nunca será ratificado y, si lo es, jamás será cumplido, siempre encontrarán trabas para la importación de nuestros productos, si no es por una cosa, será por la otra.

Por el momento, para lo único que sirve la Declaración Conjunta de Montevideo es para tirarle un salvavidas político al moribundo Mercosur y para darle un poco de nuevo oxígeno a unas tratativas interminables, a sabiendas de que será sumamente difícil, si no imposible, pasar el proceso de aprobación a ambos extremos del océano, especialmente entre los 27 miembros de la UE. “Todo dentro del Mercosur, nada fuera del Mercosur”, dijo Santiago Peña, con el remanido y desfasado discurso de la importancia crucial de los bloques económicos, cuando, al contrario, lo que demuestra este exasperante episodio es otro fracaso del sistema multilateral. Como comentó Luis Lacalle Pou, presidente del país anfitrión, a sus hijos adolescentes les cuesta mucho entender cómo una negociación comercial puede durar 25 años.

Ha sido así porque, más allá de las palabras, nunca ha habido realmente voluntad de renunciar al más básico, burdo y mezquino proteccionismo de intereses sectoriales. El caso más emblemático es el de Francia, cuyo presidente, Emmanuel Macron, ya adelantó que hará todo lo que esté a su alcance para bloquear el acuerdo. Como buen político galo, no quiere enfrentarse al poderoso lobby agrícola francés, pese a que no es ni mayoritario ni verdaderamente relevante para su economía, ya que aporta apenas el 1,98% del producto interno bruto del país.

Es que los productores franceses, y europeos en general, saben perfectamente que no pueden hacerles frente a los sudamericanos ni en volumen, ni en precio ni en calidad, por lo que insisten en los más diversos y rebuscados argumentos solo para poner trabas, a costa de los propios consumidores de sus países, que tienen que pagar (a ellos) más por menos.

Hace un tiempo, por ejemplo, eran los productos transgénicos, pero se quedaron sin ese caballito de batalla desde que los organismos de salud europeos tuvieron que ir rindiéndose a la evidencia científica y comenzar a aprobarlos, y, con mayor razón, desde que Bayer adquirió Monsanto. Ahora es la supuesta deforestación masiva, pero se dan cuenta de que en el Cono Sur se puede producir, y de hecho se produce, competitivamente de manera sostenible y trazable, por lo cual tampoco eso es suficiente.

Pongamos el ejemplo de Paraguay. El embajador de la Unión Europea en nuestro país, Javier García de Viedma, entrevistado sobre los alcances del acuerdo, dijo que solo podrán ser comercializados en el mercado europeo productos agropecuarios paraguayos que no estén vinculados a la deforestación ni a la degradación forestal después del 31 de diciembre de 2020, lo que tendrá que ser demostrado con la geolocalización del producto y su trazabilidad en todas las etapas de su cadena de valor. Reconoció que el país ha hecho grandes avances tanto en buenas prácticas como en certificaciones, sobre todo en ganadería, pero donde puede haber “más desafíos” es en el sector de la soja.

El embajador parece no estar del todo bien informado. Todo el complejo de cereales y oleaginosas del Paraguay, incluyendo arroz, se cultiva en una superficie total de 3,7 millones de hectáreas, lo cual representa menos del 10% del territorio nacional, un área plenamente georreferenciada que se ha mantenido estable por décadas. Si se le suman unos 16 millones de hectáreas de ganadería, incluyendo el Chaco, todo el sector agropecuario ocupa el 48% del territorio.

A modo de comparación, es exactamente la misma proporción que en Francia, con 26,7 millones de hectáreas sobre un territorio continental de 552.000 kilómetros cuadrados, con la importante diferencia de que aquí el ganado mayormente se alimenta naturalmente en el campo, mientras que allí lo hace principalmente de manera intensiva en feed lots. Al margen de qué es lo más saludable, está claro que la deforestación no será un impedimento, que es precisamente lo que les preocupa a los productores europeos, pero ya encontrarán otro.

Parafraseando a Santiago Peña, “ovaléma” (ya es suficiente) Mercosur y “ovaléma” Unión Europea (de paso, que alguien le explique al Presidente que esa expresión no es de “nuestro dulce idioma guaraní”, sino una adaptación al jopara de un vocablo castellano), a lo que muchos paraguayos seguramente añadirán “ñande kueráima” (estamos hartos).

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