Cargando...
La abstención de los cancilleres de cuatro países iberoamericanos, entre otros, impidió que el Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA) inste al Consejo Nacional Electoral de Venezuela a realizar “una verificación integral” de los resultados de los últimos comicios, publique de inmediato las actas electorales y declare “una prioridad absoluta de salvaguardar los derechos humanos fundamentales” en dicho país, sobre todo el de “manifestarse pacíficamente, sin represalias”.
El Gobierno mexicano, cuyo presidente Andrés López Obrador dijo luego que no había que meter las manos ni las narices en Venezuela, votó con su pusilánime ausencia, tan reprochable como la abstención de los Gobiernos que no tuvieron la dignidad de asentir ni la vileza de rechazar el proyecto de resolución avalado por los de Argentina, Chile, Ecuador, Estados Unidos, Paraguay y Uruguay. Al abstenerse, el brasileño incurrió en una hipocresía no menos condenable; el 22 de julio, reeditando una vez más su doble cara, Luiz Inácio Lula da Silva había dicho cuanto sigue: “Me asusté con la declaración de Maduro de que si pierde habrá un baño de sangre; en democracia, el que pierde se lleva un baño de votos, no de sangre”, para después, su Gobierno abstenerse –no digamos de condenar– de reclamarle a su amigo Maduro que aclare los resultados de los comicios. También debe asustarle que, tras su victoria fraudulenta, el desquiciado dictador haya anunciado que los opositores “nunca jamás llegarán al poder político”, que sus esbirros judiciales hayan dispuesto la detención de la indomable María Corina Machado y que sus “comandos” motorizados estén abocados a la represión salvaje: hasta ayer se reportaban unos mil detenidos y doce muertos, por lo menos, crímenes que avala el Gobierno de Lula, al igual que los demás que adoptaron similar determinación, con su cobarde postura.
Celso Amorim, asesor del presidente brasileño en política exterior, viajó a Caracas para pedir que se hagan públicas las actas de la votación, es decir, para que se haga lo que el canciller se negó a apoyar en Washington. Es más, tras ser expulsados los diplomáticos argentinos, el Brasil izó su bandera en la embajada que dejaron para proteger a los venezolanos allí refugiados. No está mal, pero habría sido mejor que su canciller votara a favor del proyecto de resolución. La doblez de Lula hace recordar que en 2012, su antecesora Dilma Rousseff promovió la suspensión de la membresía paraguaya en el Mercosur, porque su compañero de ruta, el entonces presidente paraguayo Fernando Lugo, había sido destituido de la Presidencia de la República, mediante un juicio político constitucional celebrado una semana antes. En esa ocasión, la arbitraria disposición fue seguida por el ingreso de la Venezuela oprimida por Hugo Chávez, sin haber sido aprobado por nuestro Congreso. Ahora, en el actual episodio de Venezuela, el presidente colombiano, Gustavo Petro, cuyo canciller también se abstuvo, ¡pide ahora “transparencia” ante las “graves dudas” en torno al proceso electoral! Otro que, de pronto, se enteró de lo obvio. Incongruencias –o hipocresías– mayores no podrían darse, en beneficio de un dictador como Maduro.
La vara de medir de ciertos demócratas regionales suele ajustarse a las tendencias ideológicas de las partes en cuestión. Las violaciones a los derechos humanos cometidas por el “socialismo del siglo XXI” no serían tan repudiables, ni mucho menos, como las perpetradas por las dictaduras de derecha. “Todo es según el color del cristal con que se mira”. La hipocresía resultante de ese modo sesgado de ver las cosas resta autoridad a las justas condenas que se hagan a los regímenes de signo contrario. Es incoherente, por ejemplo, repudiar la dictadura estronista de antaño y callarse ante la castrista o la chavista de hogaño, como lo hacen ciertos políticos de nuestro país. Vengan de donde vengan, las detenciones, las torturas y los asesinatos por causas políticas, así como los comicios fraudulentos, merecen la enérgica censura de quienes creen en la libertad.
El corrupto régimen venezolano, que desde 1999 incurre en todas esas barbaridades, es una calamidad regional, ante la que no cabe la indiferencia. Los demócratas paraguayos, que padecieron la tiranía derrocada en 1989, saben cuán importante fue contar con la solidaridad del presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, entre otras personalidades que dieron amparo y reparo a exiliados compatriotas. En su memoria, es oportuno sumar nuestra voz a la de los demócratas que, en muchas partes del mundo, exigen que en el país de Bolívar se respeten la decisión popular y los derechos humanos. En estas dramáticas horas, los demócratas venezolanos deben saber que no están solos.