Cargando...
El Departamento de Identificaciones de la Policía Nacional (PN) –encargado, entre otras cosas, de expedir cédulas de identidad, pasaportes y certificados de antecedentes– sigue siendo una amenaza constante para la seguridad interna y la de otros países, según se desprende de la intervención por noventa días y de la remoción de su jefe, el comisario principal Christian Ramírez, dispuesta por el comisario general, Carlos Benítez, comandante de dicha fuerza.
En esta ocasión, los favorecidos por la corruptela allí reinante fueron diez extranjeros, dos de los cuales –de nacionalidad pakistaní– ya retiraron sus respectivos documentos de contenido falso. En su emisión, realizada entre diciembre de 2023 y enero de este año, habrían intervenido entre quince y veinte funcionarios, lo que revela la existencia de toda una red delictiva siempre renovada, así como la urgente necesidad de limpiar esa dependencia de una vez por todas y de supervisarla luego desde muy cerca. La Dirección de Asuntos Internos de la PN tiene aquí mucho que hacer.
Unos pocos casos célebres bastarán para ilustrar la intensidad con que allí se delinque, incluso para proteger a peces gordos del narcotráfico: en 2016, el entonces prófugo de la Justicia argentina Ibar Pérez Corradi tenía una cédula de identidad paraguaya bajo el nombre de una persona fallecida, razón por la que fueron procesados dos suboficiales; en 2021, el hoy supuestamente tan buscado Sebastián Marset fue detenido en Dubái (Emiratos Árabes Unidos) por tener un pasaporte paraguayo de contenido falso, sin que ello, que se sepa, haya tenido consecuencias en la repartición emisora. De otra índole fue el hecho grotesco de que, en 2020, el exfutbolista Ronaldo de Assis Moreira (Ronaldinho) y su hermano hayan ingresado al país con cédulas de identidad y pasaportes de contenido falso, de origen nacional, según los cuales ¡eran paraguayos! Fueron invitados por otra inhallable, Dalia López, quien habría dicho a la esposa de un empresario brasileño acompañante que ella era “muy influyente” en el Departamento de Identificaciones, dirigido entonces por el comisario principal Inocencio Escobar, que no habría sabido nada. En este escandaloso episodio solo resultaron condenados un agente de esa repartición, un funcionario de la Dirección de Migraciones y cinco gestores.
Desde luego, serían numerosos los hechos punibles no detectados, considerando también las frecuentes denuncias ciudadanas de que se pide dinero para entregar cédulas de identidad al cabo de un día; buena parte de esos requerimientos serían silenciosamente aceptados, pues la demora deliberada puede implicar un chantaje irresistible en diversas circunstancias. En esta vieja cuestión es mucho lo que está en juego: con toda probabilidad, el Departamento de Identificaciones estaría no solo al servicio de malvivientes extranjeros, sino también de connacionales bien dispuestos a recompensar su interesada ayuda. Como se trata de una dependencia clave en la lucha contra el crimen, organizado o no, a la hercúlea tarea pendiente de sanear a fondo la PN debería darsele suma importancia. Como lo venimos sosteniendo, esa lucha debe comenzar indefectiblemente en el interior de la institución.
Es lamentable que hasta hoy ninguno de los jefes de esa dependencia haya sido tan siquiera investigado por el Ministerio Público, como si las fechorías fueran perpetradas solo por subalternos de bajo rango y con total desconocimiento de la máxima autoridad, que debería informarse de lo que se trama en el órgano que encabeza.
En la medida en que los pasaportes y las cédulas de identidad paraguayos no son confiables, nuestro país socava la eficacia del combate internacional contra la delincuencia. Este último escándalo acaeció apenas cinco meses después de que se haya anunciado que en adelante los documentos llevarían incorporados un chip, que les haría más seguros; el ridículo resultante obedece a que el problema radica menos en la falsificación material de los documentos que en la inserción de datos engañosos, con la complicidad de agentes policiales.
Está visto que, mientras el Departamento de Identificaciones siga penetrado por la corrupción pura y dura, de poco valdrán las innovaciones tecnológicas; el drama radica en el factor humano, podrido hasta los huesos, según enseña la triste experiencia. Hay que depurarlo cuanto antes de arriba a abajo, con la obvia intervención de agentes fiscales, para que los delincuentes uniformados vayan a parar en la cárcel.