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El dengue se ha vuelto un mal endémico debido a la negligencia de la población y de las autoridades competentes. El grave problema sanitario se repite desde 1989/90, una y otra vez, como si fuera insoluble: las medidas preventivas ya deberían ser de conocimiento público, pero son ignoradas como si la reiterada aparición de dicha enfermedad transmitida por el mosquito, a la que desde hace un par de años se ha sumado la chikunguña, ya hubiera generado anticuerpos en el sistema inmunológico de los paraguayos en general.
En mayo pasado, los ediles asuncenos prolongaron el “estado de emergencia ambiental por multiamenazas”, entre ellas la “circulación viral” de las dolencias referidas, que estaba vigente desde 2021. Anteayer, la ministerial Dirección General de Vigilancia de la Salud informó que en las últimas tres semanas se registraron 1.051 casos de dengue y 3.584 notificaciones “sospechosas”, en su mayoría en Asunción y en los departamentos de Central, Caaguazú e Itapúa, con lo que el número de casos confirmados en lo que va del año es de 10.925. La dependencia citada aprovechó la oportunidad para exhortar a la población a eliminar periódicamente los criaderos de mosquitos, pero no así para instar a las municipalidades a que multen a los dueños de predios abandonados y a la Empresa de Servicios Sanitarios del Paraguay SA (Essap) a que repare sus cañerías rotas para impedir que el agua fluya por las calles.
Sin duda, hay que insistir también en la necesidad de evitar la acumulación del líquido en cualquier sitio de las casas, incluyendo el patio, los enseres y los neumáticos inservibles, para que no sigan reuniendo el 95% de los criaderos del insecto portador del virus del dengue, según el Servicio Nacional de Erradicación del Paludismo, cuyos funcionarios suelen verse impedidos de ingresar en los hogares para fumigarlos. La desidia doméstica sería así el principal factor favorable a la difusión de la enfermedad, a la que se suma la vinculada con el descuido de los lotes baldíos, donde proliferan alimañas mientras las municipalidades hacen la vista gorda, en vez de aplicar a sus dueños la sanción pecuniaria correspondiente.
Más aún, la Ley N° 716/96 impone de seis a dieciocho meses de cárcel y una multa de cien a quinientos jornales mínimos legales a los dueños que se nieguen a cooperar para impedir o prevenir las violaciones de las regulaciones ambientales. En 2016, el Ministerio Público se preció de haber intervenido baldíos sucios, debido a la propagación del mosquito: es hora de que vuelva a hacerlo, con mucha mayor intensidad.
Por su parte, las municipalidades tienen el deber de preservar la salud pública obligando a mantener limpios los inmuebles desocupados, pero resulta que los intendentes se quejan no solo de la insuficiencia de fondos para asear la ciudad, sino también del sumo trabajo que ello implicaría: hacerlo con cada epidemia “cansa un poco”, según dijo el de Ypacaraí, Fernando Negrete (PLRA), en una reunión entre autoridades sanitarias, educativas y municipales, realizada en el Palacio de López en febrero de este año, en relación al modo de concienciar a la sociedad y de tratar la basura, así como los bienes en desuso. Si este es el criterio de las autoridades, qué se puede esperar de la gente.
Habría sido útil que también la Essap estuviera allí representada, ya que su dejadez contribuye a generar caldos de cultivo para el agente transmisor de la enfermedad; además de perder agua, su habitual inoperancia atenta contra la sanidad, siendo por ende pasibles sus autoridades, al igual que las municipales, de las penas previstas en la ley antes citada. La ignorancia, la desidia y la impunidad lisa y llana vienen atacando la salud pública desde hace más de tres décadas, sin que hasta ahora la dura lección haya sido aprendida ni por la sociedad ni por el Estado. ¿Hasta cuándo seguirán omitiendo la aplicación sistemática de las medidas que sirvan para prevenir o castigar la difusión del dengue o de la chikunguña?
Es indispensable erradicar los criaderos del Aedes aegypti, en defensa de la propia vida amenazada también, en gran parte, por la inoperancia colectiva. No hay vacunas contra esas dolencias, de modo que su prevención está en manos de la gente y de las entidades públicas. Tras la pandemia del coronavirus, resulta prioritario poner coto de una vez por todas a las enfermedades transmitidas por un mosquito estimulado por la negligencia. Esta labor perentoria, que solo exige acostumbrarse a impedir la formación de criaderos, nos corresponde a todos.