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En cualquier parte del mundo, acumular fortuna es sinónimo de trabajo duro, dedicación, inteligencia y voluntad de prosperar; no importa que la persona haya nacido en “cuna de oro”, ya que mantener lo obtenido exige casi el mismo esfuerzo empleado para conseguirlo. No obstante, existen formas imprevistas de conseguir fortuna y otras que caen directo en el campo de la ilegalidad, como el fraude, la corrupción pública, el contrabando, el tráfico de estupefacientes y lavado de dinero, por citar solo las más comunes, de las múltiples que existen actualmente en el mundo.
Si bien es cierto que el globalismo y la tecnología motivaron el surgimiento de personajes que muy rápidamente acumularon y siguen acumulando siderales fortunas, en nuestro país, como en la mayoría de los no desarrollados, todavía se producen fenómenos extraordinarios de magnates que se forman de la noche a la mañana, sin que tales características llamen la atención de los organismos estatales dedicados al control y a las investigaciones del origen de tanto dinero y bienes en manos de una o de muy pocas personas, logrados naturalmente sin mucho esfuerzo requerido mínimamente para ello.
Nuestro país es pequeño y eso permite que podamos conocer a las familias que construyeron fortuna a través de generaciones y a otras que amanecieron ricas, estas últimas, en su faceta más leve: gracias al milagro de la política, y en la más grave: gracias al gansterismo de los negocios turbios vinculados casi siempre al narcotráfico, aunque últimamente, al parecer, también al terrorismo, según lo dio a entender el Gobierno de Estados Unidos.
El embajador norteamericano, Marc Ostfield, había señalado en enero de este año que “tanto (Horacio) Cartes como (Hugo) Velázquez tienen vínculos con miembros de Hezbolá, una entidad designada por el Departamento de Estado de los EE.UU. como Organización Terrorista Extranjera y objetivo de múltiples designaciones de la OFAC. Hezbolá ha realizado regularmente eventos privados en Paraguay donde los políticos hacían acuerdos por favores, vendían contratos estatales y discutían los esfuerzos de aplicación de la ley a cambio de sobornos. Representantes de Cartes y de Velázquez han cobrado sobornos en estas reuniones”, afirmó tajante el embajador estadounidense.
Denuncias de esta clase hacen pensar que, al hecho de obtener fortuna fácil en Paraguay por medios ilícitos, siguiendo el camino de la corrupción política, se añada el componente de la peligrosidad que implica el uso de la violencia bruta y dura del terrorismo sin fronteras, empleado igualmente como método de búsqueda de poder.
Hasta hace algunos años, en el Paraguay el problema de la corrupción no pasaba de ser simples actos de deshonestidad en la función pública, con menos participación del sector privado. Los funcionarios públicos corruptos eran contados y por la ostentación que hacían de sus riquezas mal habidas, el vecindario sabía que eran corruptos. Y nada más.
En la actualidad, si bien es cierto que se multiplicaron los casos de corrupción y aumentaron los ladrones públicos, así como también las denuncias sobre ellos, se complicaron los mecanismos para burlar el sistema antiguo de lograr fortuna por medio del sacrificio, la voluntad y la inteligencia, para dar lugar al nacimiento de una nueva casta de multimillonarios vinculados de alguna manera al negocio del narcotráfico, el contrabando, el lavado de dinero y el terrorismo, por citar solo algunos de los nefastos rubros inmorales de enriquecimiento moderno, fuera de la ley.
Ya casi no es necesario repetir, sin parecer cansino, que la debilidad de las instituciones republicanas en un Estado frágil, como el nuestro, y una democracia tambaleante que ya lleva 34 años sin lograr fortalecerse, empujan a la sociedad completa a mostrarse permisiva frente al derroche de facilismo que ofrece el cóctel de poderes políticos y económicos, en el marco de una impunidad lasciva.
Ya no es suficiente la tradicional rendición de cuentas al final de una gestión para pretender convencer de un eficiente trabajo encomendado. El enfoque tecnocrático que se impone como forma de controlar y combatir la corrupción es también insuficiente, ya que ella ha dejado de ser un simple medio de lograr riqueza para convertirse en un método de dominación política y económica.
Es necesario que el nuevo Gobierno considere como un capítulo primordial de su gestión, cerrar las puertas no solamente de la tradicional corrupción en la esfera de las instituciones públicas, sino de las nuevas formas perversas de dominar a la sociedad. Y el Partido Colorado, que se ufana de ser agrarista y progresista –según discurso de algunos de sus voceros– debería preocuparse más seriamente de la corrupción, ya que la misma se ha convertido, hace tiempo, en un decisivo factor de exclusión social.