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San Fernando del Valle de Catamarca, la capital provincial, es austera y baja, inclinada hacia la falda de las cerros. Deja ver sus techos rojos coloniales y pendientes que dibujan una ciudad arriba y otra abajo, con calles angostas y tranquilas. Su legado arquitectónico no abruma sino que se ofrece mansamente a la vista del visitante.
La bella plaza 25 de Mayo, diseñada por Carlos Thays, tiene forma de herradura y su costado recto se reclina ante la Catedral Basílica del Santísimo Sacramento y Santuario de Nuestra Señora del Valle, donde se venera a la patrona de la provincia y donde emerge, orgullosa, la imagen de la virgen encontrada en una gruta de Choya, en medio de los cerros, hace 400 años. De hecho, la fiesta más importante de la provincia -a la par de la Fiesta Nacional del Poncho- es un homenaje a la Virgen, que se celebra el 8 de diciembre.
Esta ciudad se recorre caminando. Muy cerca de la plaza se erige la Iglesia de San Francisco, construida en 1891, que sorprende con su fachada barroca. En la misma Manzana Franciscana está el Museo de Historia Colonial, la Sala Esquiú de Arte Sacro, la Biblioteca Sarmiento y el Museo Arqueológico Adrián Quiroga, que exhibe objetos de las culturas aguada y cóndorhuasi.
En la Manzana del Turismo se pueden visitar la Fábrica de Alfombras y Tapices -un emprendimiento oficial creado hace medio siglo con el fin de mantener las tradiciones del arte textil precolombino- y el Mercado Artesanal, donde los tejidos se enseñorean. Aquí, a través de magistrales tejidos y trabajos en cuero, piedra y madera, los puesteros -muchos forman parte de emprendimientos familiares- exhiben lo mejor de las más representativas artesanías de la provincia. El visitante puede recorrer el mercado cualquier día de la semana -incluso los feriados- y, antes de comprar una pieza textil, señalar a dibujantes y tejedores el diseño y colores que desea.
Además de los antiguos edificios que decoran el casco urbano es interesante entrar en la vida rural catamarqueña a través del Museo Folclórico Juan Carrizo. Fundado en 1976 en el subsuelo del paseo General Navarro (plaza La Alameda), es el legado de uno de los investigadores más importantes que tuvo el país. El lugar atesora objetos y herramientas de campo, testimonios de las tradiciones, usos y costumbres de los trabajadores rurales catamarqueños.
Cerca de la ciudad, en auto o a través de una excursión guiada, se puede visitar la casa natal de otro gran catamarqueño: el sacerdote y patriota Mamerto Esquiú. A 15 kilómetros de la capital, permite disfrutar de las tibias tardes del antiguo poblado Piedras Blancas, rebautizado con el nombre del fraile.
Otra alternativa es visitar Las Pirquitas, un dique construido en altura en 1960, que retiene el agua de las sierras. A sus pies, una villa desgrana casas con fachadas de ladrillos que pone un tinte a ese paisaje de tuscas, talas y mistoles. En el lago se realizan deportes náuticos y se consiguen buenos ejemplares de pejerrey. Los alrededores permiten realizar caminatas en senderos trazados en unas 250 hectáreas, muchas aún vírgenes.
Catamarca sorprende, sobre todo, cuando se escala en dirección a las alturas del paisaje montañoso. Por la ruta 38 hacia el sur -bordeando el límite con La Rioja- y un tramo por las rutas 60 y 40 se accede a tres destinos, que si fuera todo lo que hay para ver, sería más que suficiente: Londres, la reserva de El Shincal y Belén.
En medio de un valle decorado por el río, Belén surge un caserío manso que respira antigüedad en sus paredes de piedras, adobe y algún afortunado ladrillo. Todo da cuenta de una historia que arrancó en tiempos pretéritos y que los españoles rebautizaron en 1681. Cuesta imaginar la férrea resistencia de los pobladores originarios cuando los conquistadores observaron la mansa rutina que caracterizaba a los 11 mil pueblerinos, dados durante horas a una de las más antiguas tradiciones: la tejeduría.
En Belén, “Cuna del poncho catamarqueño”, además de apreciar el trabajo de una gran cantidad de excelentes tejedores, se puede visitar el Monumento a Nuestra Señora de Belén -de 15 metros de altura y enmarcado por los cerros-, el deslumbrante Museo Arqueológico Cóndor Huasi y, en las afueras, la Quebrada de Belén.
Fincas atiborradas de nogales, árboles de esqueleto gris en invierno y frondoso verde en primavera, dibujan el paisaje de Londres, un pueblo de nombre curioso y poco más de 2 mil habitantes. Es la segunda localidad más antigua de la Argentina. Solo la precede Santiago del Estero. Fundada como Londres de la Nueva Inglaterra en 1558, fue destruida y reconstruida varias veces. Punto estratégico en el Camino del Inca, logró perdurar hasta la actualidad, para entregarnos la belleza de un tiempo que ya no está. Esta “Cuna de la Nuez” alberga el Antiguo Molino Minero y las iglesias de La Inmaculada Concepción y de San Juan Bautista.
A 5 kilómetros de Londres por un camino cercado de espinillos y chañares asoma uno de los sitios arqueológicos más importantes del país. Los estudiosos reconocieron Shincal (nombre tomado del arbusto shinki) como una guamani (cabecera provincial) del Tawantinsuyo (Estado Inca), entre 1380 y 1600. El Shincal de Quimivil fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1997. Con una superficie de 30 hectáreas, conserva bajo tierra más de cien edificios construidos en piedra y barro, algunos dignos y prolijos. Conmueve trepar hasta el Templo Ceremonial de la Luna y divisar enfrente otro cerro mochado que alberga al Templo del Sol.
Recientemente restaurado, cuenta con un puesto de recepción para los visitantes, baños, un salón de comidas, senderos, espacios de descanso y un servicio permanente de guías. En el flamante Museo Arqueológico de El Shincal, creado en la entrada de las ruinas, se exhiben vasijas, cerámicas, urnas funerarias, elementos de defensa y otras piezas pertenecientes a las culturas Aguada, Belén y La Ciénaga, además de la incaica.
En esta zona es imprescindible deleitarse con un sabroso plato de jigote, la comida típica en la que la carne, algunas verduras y el queso de cabra, junto al pan casero, confirman que satisfacer el paladar justifica todas las distancias y los rigores que suele imponer el clima.
Fiambalá. A 320 kilómetros de Catamarca capital y a 12 kilómetros de este pueblo levantado a los pies de la Cordillera de los Andes, las Termas de Fiambalá ofrecen 14 piletas naturales para sumergirse sobre la ladera de un cerro, a 1.750 metros sobre el nivel del mar. Las aguas bajan de las altas cumbres andinas, a temperaturas que varían entre 28 y 51 grados, cargadas de sulfato, silicato, bicarbonato y cloruro. Sus propiedades hipertermales y sedantes se recomiendan como relajantes del sistema nervioso y para limpiar los tejidos, desintoxicar el organismo y recargar las energías de los viajeros.
Hualfin. Viñedos y yacimientos arqueológicos de gran importancia cultural, como el Pucará de Hualfin -el estratégico sitio fortificado más alto del valle-, Lomas de Maray y Hualfin Inca, rodean el pequeño pueblo y exhiben parte del valioso legado de las culturas precolombinas Condorhuasi, Ciénaga, Aguada y Belén.
A 63 kilómetros al norte de Belén por la ruta 40, Hualfin es considerado “Portal de entrada” a las minas de cobre, oro, plata y otros minerales explotadas en Farallón Negro y Bajo La Alumbrera. Frente a la plaza principal de Hualfin, al lado del Museo Arqueológico José Saravia, la capilla Nuestra Señora del Rosario se conserva como una reliquia de la arquitectura colonial, construida en adobe y madera de algarrobo junto al antiguo Camino del Inca, en 1770. En la cercana localidad de Puerta de Corral Quemado se pueden apreciar los restos de un gliptodonte de 7 millones de años y troncos fosilizados.
Andalgalá. Un paisaje verde intenso de olivos y nogales enmarca este pueblo, ubicado a 247 kilómetros al noroeste de San Fernando del Valle de Catamarca por las rutas 1 y 48. A 4 kilómetros de Andalgalá se mantiene en pie la edificación del Mayorazgo de Huasán, una hacienda dedicada a la agricultura y ganadería originada en las primeras encomiendas de pobladores originarios durante la época colonial. Cerca de esta propiedad se puede visitar la fábrica de dulces de frutas autóctonas Chaquiago, donde resaltan las especialidades de cayote, higo y membrillo.
En Andalgalá no se deberían pasar por alto los museos (Arqueológico Lafone Quevedo, Folclórico Municipal Felipe Zurita y del Complejo Minero Muschaka), el templo de San Francisco ni las casonas de las tradicionales familias Cesneros y Vargas. Un camino sinuoso recorre 60 kilómetros desde Andalgalá y, al ascender hasta más de 3 mil metros, llega a Capillitas, un paraje famoso por atesorar una de las pocas reservas de filones de rodocrosita del mundo.
Tinogasta. La base principal para iniciar al camino cordillerano hasta los volcanes “Seismiles” atrae por su desarrollo vitivinícola. Varias bodegas boutique de Tinogasta fueron reconocidas con premios internacionales por sus variedades malbec, bonarda y cabernet sauvignon. Los dos museos arqueológicos que funcionan en el pueblo dan una idea de la importancia que tiene en la zona el hallazgo de cerámicas y otras piezas creadas durante la época precolombina, especialmente en el Yacimiento Arqueológico de Batungasta.
Tinogasta es también el punto de partida de la Ruta del Adobe, un magnífico recorrido entre construcciones típicas de la región (levantadas con mezcla de barro, paja y estiércol). En el primer tramo de ese trayecto de 60 kilómetros por la ruta 60 hasta Fiambalá se puede hacer una escala en las Termas de La Aguadita, a los pies de la Sierra de Famatina, a 1.450 metros de altura.
Excursión de día completo en auto de Catamarca a Shincal, Museo Folklórico, Belén, Rua Chaky y bodega de Hualfin, $ 1.800 con desayuno.
Entrada a las termas de Fiambalá, $ 150; hasta 6 años, gratis.
En Buenos Aires, Casa de la Provincia de Catamarca: avenida Córdoba 2080, teléfono 4374-6891/5.
En Catamarca, 0810-7774321 / (0383) 443-7791.
Fuente: clarin.com
Fotografías: Internet.