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El visitante puede pasear por bulliciosos bulevares, entre magníficas fachadas de estilo modernista, hoteles art déco y bloques de apartamentos de la época socialista. Pequeñas floristerías en los grandes cruces dan color a esta ciudad donde predominan el gris y el ocre.
Muchas esquinas parecen inacabadas, como dejadas a medias. Junto a la catedral de San José se levanta el edifico Cathedral Plaza, de 19 plantas y 75 metros. Un tribunal declaró ilegal la construcción de la torre de oficinas en 2011 y ordenó su demolición, pero nadie se sintió responsable. Por eso sigue ahí, sin que nadie la use.
En el casco antiguo, agradables cafés llenan los huecos de los bajos de casas derruidas, mientras que dos calles más adelante se entremezclan las casas de juego, sex-shops y negocios de dudosa reputación con mensajes como “compra y venta de Bitcoin”.
La sucursal de una gran cadena de cafeterías cierra a mediodía. En cambio, en muchos patios traseros se descubre un oasis de paz. Bajo los árboles y lejos del tráfico se puede dejar pasar la mañana entre pasteles y limonada. En Bucarest, esto parece más inconsecuente que en otras grandes ciudades de Europa, pero, ¿no es para eso para lo que viaja la gente?
Ahora bien, se podría argumentar que la capital rumana está infravalorada. Pero, ¿es cierto? No en el sentido turístico. Praga y Budapest son sin duda más bonitas. Y si bien es legítimo afirmar que lo tosco tiene su encanto, eso es un cliché.
¿Qué tiene esta ciudad que resulta tan difícil de explicar? ¿Será que Bucarest aún no está dominada por el turismo de masas que infla el número de visitantes y los precios en los restaurantes?
La ciudad no carece de atractivos, por supuesto. El Ateneo, con su magnífica sala de conciertos, data de la famosa belle époque, cuando Bucarest era considerada la “París del Este”. El Arcul de Triumf, en el norte de la zona céntrica, no se inauguró con su aspecto actual hasta 1936, siguiendo el conocido modelo parisino. Hay un Museo Nacional de Arte y salas de exposiciones como el Museo Storck, en la antigua casa de un matrimonio de artistas rumanos.
En el barrio nocturno y antiguo de Lipscani, merece la pena visitar la librería Cărturești Carusel, que fue un banco y más tarde una tienda de ramos generales. La posada Manuc, un edificio protegido como monumento, atrae a muchos turistas con su patio interior, pero es mejor comer en otro sitio. Pasajul Victoriei está considerado el “lugar más apropiado para Instagram”. El callejón está dominado por sombrillas de colores.
La importante del dictador Nicolae Ceaușescu
Sin embargo, los monumentos más importantes de la ciudad tienen que ver con el dictador Nicolae Ceaușescu (1918-1989), que moldeó Bucarest como probablemente ningún otro. También están ligados a la caída del régimen comunista que oprimía brutalmente al pueblo rumano.
Tras un devastador terremoto en 1977, Ceaușescu vio llegar su oportunidad: mandó demoler gran parte del casco antiguo para sustituirlo por un nuevo centro con obras monumentales. En aquel momento, el dictador ordenó la construcción de uno de los edificios más grandes del mundo. Nada menos que 700 arquitectos y 20.000 obreros se dedicaron a erigir el Palacio del Parlamento, una monstruosidad de 330.000 metros cuadrados de cemento, acero y mármol. Ceaușescu lo llamó grotescamente “Casa del Pueblo”.
Aún hoy, la Cámara de Diputados se reúne en una parte del complejo. Los visitantes descubren madera de cerezo en el suelo, estuco dorado y arañas de cristal en el techo. La más grande cuelga en la Sala Rosetti, un espacio con 600 butacas, y pesa más de una tonelada, como explica la guía turística Stefania.
La guía muestra una escalera de mármol que supuestamente tuvo que construirse cuatro veces porque Ceaușescu no estaba satisfecho. No es de extrañar que los costes de construcción se dispararan. Se dice que fueron 3.000 millones de dólares, pero nadie lo sabe con exactitud. Rumania era un país pobre.
La sala más alta mide 22 metros. Ceaușescu quería celebrar fiestas aquí y colgar un gran cuadro de su esposa Elena. “Pero entonces temió que sus invitados prefirieran mirarla a ella antes que a él”, comenta Stefania. Ceaușescu también quiso saludar desde el balcón de la sala, pero eso nunca ocurrió. El matrimonio Ceaușescu fue condenado en un juicio durante la revolución y fusilado.
El lujo en el que vivía la pareja se puede observar en una visita guiada a la Villa Ceaușescu, en el rico norte de la ciudad. Allí se camina sobre caoba, entre paredes recubiertas de seda y tapices de Persia, muebles estilo Luis XV, jarrones japoneses y mosaicos venecianos, regalos de jefes de Estado.
La finca se construyó entre 1960 y 1965, con ampliaciones en los años setenta. “Elena siempre tenía la última palabra”, dice el guía, y un gusto caro, prueba de ello es el famoso baño dorado. Hay un invernadero con un mandarino y una piscina que probablemente los Ceaușescus nunca utilizaron. “Los dos tenían miedo al agua y nunca se metían”.
Los rumanos se liberaron de la dictadura, el bloque socialista se desintegró en la década de 1990. Las cosas fueron mejorando, poco a poco.
Bucarest ha cambiado mucho
“Bucarest ha cambiado mucho en los últimos 15 años”, dice Elena Mușat, que ofrece paseos de arte callejero. “Hoy está más desarrollada, la gente es más consciente de las consecuencias de sus actos. Y se ha convertido en una ciudad más segura”. Hay menos basura y ladrones, y apenas hay perros callejeros, al menos en el centro.
Durante la revolución, aparecieron grafitis con las estrofas del himno nacional en la universidad, cuenta Mușat. Incluso hoy, el espíritu de libertad sigue presente en los grafitis, muchos dibujos hablan de utopías. Hay una ONG que quiere insuflar nueva vida a edificios abandonados mediante el arte callejero. “Devuelven los colores y, por tanto, la vida”.
Ciertos poderes han desaparecido hace tiempo: donde antes estaba la policía secreta Securitate, ahora se encuentra el Colegio de Arquitectos de Rumania, en un edificio de cristal sobre las ruinas del antiguo cuartel general.
Transparencia en lugar de secretismo
Así, el visitante pasea por Bucarest y se asombra una y otra vez ante lugares de aspecto extraño que al principio plantean un enigma. “Las paredes tienen oídos y muchas historias que contar”, dice Mușat.
En Bucarest, aún hay tiempo para sentarse y escuchar, porque las calles no están abarrotadas, como mucho por las tardes en Lipscani, en las pocas callejuelas turísticas, y no hay un apretado programa turístico que completar.
Como probablemente todos los destinos turísticos, Bucarest es una proyección cuyo efecto tiene más que ver con el visitante que con el lugar en sí. Una joven rumana, charlando en un café, dice que ya no quiere quedarse en esta ciudad, busca irse a otra parte. Eso también es comprensible. Como turista, el visitante tiene el privilegio de quedarse poco tiempo y dejarse fascinar.
Información sobre Bucarest
Ingreso al país: Rumania es miembro de la Unión Europea (UE).
Dinero: La moneda nacional es el leu rumano (RON). Por 1 euro se obtienen algo menos de 5 RON (a mediados de septiembre de 2023). Se puede disponer de efectivo en cajeros automáticos y oficinas de cambio. Las tarjetas de crédito están muy extendidas.