Golfo Sarónico en Grecia, ideal para navegar en velero

El sol acaba de salir, pero en el puerto de yates Marina Alimos, en Atenas, hay un gran ajetreo. Algunos navegantes recién están saliendo de la ducha, otros hacen sus últimas compras. Capitanes y operadores de chárter corren agitados por el muelle. Decenas de veleros zarpan ya, mientras a bordo de otros aún están levantando los platos del desayuno.

Para pasear, navegar y bucear.
Poros, con su característica torre del reloj, es un destino obligado en cualquier viaje en barco por el Golfo Sarónico.Manuel Meyer

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Bernd Junge se toma las cosas con calma. “Dejen que los otros salgan. Nosotros vamos a terminar de desayunar tranquilamente”, señala este alemán, que se mueve como por su casa sobre la cubierta de “Fani”, un velero de 14 metros de eslora.

Poros para disfrutarla a pie.
Las buganvillas florecen en rosa brillante frente a las entradas de las casas en Poros.

Sin embargo, finalmente el calor mediterráneo se hace sentir en la mesa del desayuno y se impone frente al deseo de Bernd de salir a navegar sin apuro.

La comida es riquísia en la isla de Egina.
Restaurante del puerto de Perdika, en la isla de Egina: el pescado fresco suele proceder de los pescadores locales.

El hombre traga un último sorbo de café y afirma que quizá sí sea hora de salir al mar.

Así son las cosas en el Golfo Sarónico, la laguna azul de Atenas. A bordo del velero viajan su sobrina, su esposo y sus dos hijas. “Izemos la vela mayor”, le indica Bernd a los demás poco después de salir del puerto, poniendo la embarcación a favor del viento.

Una vez que apaga el motor, todo es tranquilidad. Solo se escuchan las olas y el viento en las velas. El “Fani” comienza a navegar y al fondo, en el horizonte, se ve desaparecer a la Acrópolis.

Golfo Sarónico y ouzo para el dios del viento

Bernd desciende brevemente a su camarote y vuelve a cubierta con una botella de ouzo, el licor anisado griego. Después de todo, afirma, es necesario brindar por Rasmus, el dios del viento, para que les regale un buen viaje a vela.

Tras unas 30 millas náuticas y las primeras paradas para nadar frente a pequeñas islas deshabitadas, llega a la isla de Poros por la tarde.

Unos cientos de metros antes de la pequeña ciudad de mismo nombre, echa ancla en la pintoresca bahía. El sol poniente baña con una luz cálida y romántica las fachadas de las casas ubicadas sobre la ladera que desciende hasta el puerto.

Sobre el pueblo se alza la torre blanca del reloj, construida en 1927. Una bandera griega ondea sobre un montículo.

Sobre el muro del muelle se van proyectando lentamente las luces de los restaurantes de pescado. A bordo hay espaguetis con ensalada, vino blanco y, de postre, la vista panorámica de Poros.

Estrellas de Hollywood como Greta Garbo o el escritor estadounidense Henry Miller, que pasó allí casi nueve meses, quedaron encantados con esta isla en el pasado.

Como la mayoría de las Islas Sarónicas, Poros también es de origen volcánico. En la vecina península de Metana se puede visitar incluso un cráter cubierto de vegetación.

Golfo Sarónico con un tip

Poros no es ningún secreto a nivel turístico, pero esta y otras islas del Golfo Sarónico reciben menos visitantes que las más masivas Creta, Rodos, Santorini o Miconos.

Uno de los motivos reside en que es difícil llegar a ellas si no es en barco. La zona de navegación está bien protegida de los vientos fuertes por la Grecia continental y las montañas de la península del Peloponeso.

Cuando en los meses de verano sopla el fuerte viento Meltemi sobre el mar Egeo, alrededor de las Islas Sarónicas suele haber bastante calma, lo que las convirtió en un lugar popular para los navegantes.

“Vamos a la siguiente isla”, dice Bernd y enciende el motor. Tras atravesar el estrecho de Poros, que separa a la isla del Peloponeso continental, la mayoría de los navegantes se dirigen a la isla de Hidra.

Los coches son tabú allí. Las mercancías y los turistas siguen siendo recogidos en el puerto por carros tirados por burros.

Hidra es una isla griega sacada de un libro de cuentos, y el puerto deportivo está siempre lleno en verano.

Aguas cristalinas y pinares fragantes

Pero Bernd busca tranquilidad y bahías solitarias. Y lo bueno de navegar es que se puede decidir espontáneamente hacia dónde ir.

Así que, a diferencia de la mayoría, no se dirige desde Poros hasta Hidra, sino que pone rumbo a la más tranquila Agistri. Los delfines acompañan el velero durante un rato mientras Bernd navega hacia la deshabitada parte suroeste de esta isla.

Le recomendaron para pasar la noche una bahía cercana a la playa de Aponissos, protegida por el viento y las olas por la pequeña isla de Donusa.

El agua verde esmeralda es cristalina. Incluso desde el barco es posible ver bancos de peces. Desde la orilla llega el aroma del pinar.

Hora de bucear

Bernd echa el ancla y amarra el barco a una roca. Es hora de bucear. Y la experiencia es cercana a estar en un acuario.

Un mundo submarino con jardines de pulpos y ánforas antiguas

Dos días después, apenas sopla viento. La navegación a vela queda cancelada, por lo que Bernd enciende el motor para ir hasta Palaia Epidauros.

A unos diez kilómetros del puerto se encuentra uno de los sitios de culto antiguos más importantes de Grecia.

Las ruinas del templo son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y no tienen nada que envidiarle a Olimpia o Delfos.

Las grutas

Además de los aficionados a la historia y la arqueología, también llegan buceadores a Epidauros.

Con sus preciosas grutas y pecios -restos de una nave que ha naufragado-, su mundo submarino tiene mucho que ofrecerles, según afirma Vicky Martin, del centro de buceo Scuba Blue Dream.

Barracudas, meros, tortugas y a veces también delfines retozan en sus aguas. Lo más destacado es, sin embargo, el “octopus garden” (jardín de pulpos), una lugar de buceo donde es posible ver gran cantidad de pulpos y calamares.

En la siguiente bahía, frente a la playa de Gialasi, basta con contar con unas antiparras de buceo y un snorkel para ver partes de una antigua ciudad hundida.

Ánforas y cimientos

Bernd intenta acercarse lo más posible a los restos arqueológicos con el barco. A solo dos metros de profundidad es posible encontrar ánforas y cimientos de edificios antiguos.

Cuando llega la hora de volver a Atenas, solo queda por visitar la Acrópolis, por supuesto. Es el broche de oro del viaje a Grecia.

Sin embargo, en medio del ajetreo de la multitud de turistas que visitan el corazón mismo de Atenas, es imposible no recordar automáticamente la paz y el recogimiento de las Islas Sarónicas, que se adivinan lejos, en el horizonte.

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