Máscaras de latón pintadas de rojo, narices puntiagudas, cuernos, barbas y pronunciadas patillas negras se agitan al ritmo de los demonios, que volvieron luego de tres años de suspensión de la fiesta religiosa por la pandemia.
Acompañados de otros personajes como los curiquingues, vasallos, perros y payasos, los diablos marcharon tres kilómetros hasta llegar al tradicional barrio Santa Rosa, cuyos artesanos hojalateros hace décadas reemplazaron las caretas de cuero y cartón por las de metal.
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El denominado “pase del rey de reyes” refleja la idiosincrasia de los ecuatorianos, que en su gran mayoría son católicos. Miles de fieles llegan para homenajear al Niño Jesús y se unen a las comparsas de los diablos de hojalata, en una fiesta que arranca nueve días antes de Navidad.
Fervoroso y de rostro cubierto por una máscara que brilla con el sol, Segundo Auquilla se menea al ritmo frenético de un chinesco.
Al rey de reyes con devoción
Lo “(hago) por la devoción que siempre llevo”, dice a la AFP este sastre de 65 años, vestido del ángel malo de los cristianos.
De niño dejó su natal Riobamba para vivir en Quito, pero regresó con vestimenta confeccionada con sus propias manos, que incluye coloridos pañuelos bordados y una chaqueta con miles de lentejuelas.
La persona que se convierte en diablo de hojalata debe bailar durante siete años seguidos como acto de compromiso con la fe, según el libro “Pases del Niño de Riobamba” de Pablo Narváez.
El diablo en su primer año es un simple “obrero” y para el séptimo alcanza la distinción de portar un farol con una paloma blanca al interior.
Al final de una gran misa, el objeto luminoso se eleva por efecto de la activación de una camareta, sin importar la suerte del ave, de acuerdo con la obra de Narváez.
La costumbre del baile del diablo de hojalata tiene un gran significado para los creyentes en el “rey de reyes”, cuyo festival data de la época colonial.
“Vengo de unas raíces bien tradicionalistas (...) para fomentar que esto nunca se pierda”, manifiesta a la AFP Alonso Yumisaca, un albañil de 40 años que desde muchacho se transforma en demonio como parte del folclor.